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Carmena recibe el cariño de la gente mientras se dirige al metro, su medio de transporte habitual. Va a diario desde Arturo Soria hasta su despacho.
Los gestos del cambio

Los gestos del cambio

Aparcan los coches oficiales, viajan en metro y bicicleta, llevan a sus hijos al Ayuntamiento, se bajan el sueldo, ven los partidos de fútbol en la grada y hablan de hambre y desahucios. Es la forma de hacer política de los nuevos alcaldes de los movimientos ciudadanos

julia fernández

Martes, 23 de junio 2015, 00:26

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La hora del desayuno en casa de Xulio Ferreiro (A Coruña, 1974) es de todo menos tranquila. Producto de tener dos críos pequeños: cuando no se quitan los cereales, se tiran la leche. Son anécdotas del día a día de un padre normal que da clases en la universidad. El lunes, el «follón» de la cocina pasó de la esfera privada a la pública en una entrevista. Atendía a Pepa Bueno, de la Cadena Ser, cuando se desató la tormenta y tuvo que interrumpir la conversación. Lejos de apurarse, se lo tomó con naturalidad y puso paz en directo.

Así es la nueva política nacida en las urnas del 24 de mayo. Espontánea. Los regidores del cambio, en contraposición con sus predecesores, se rebajan los sueldos (la mayoría cobrará de media al mes unos de 2.000 euros, el salario medio en España y tres veces el mínimo establecido para este año por el Ministerio de Empleo), se rodean de su familia, como José María González, Kichi, el primer edil de Cádiz; comparten el coche con sus parejas, como Jorge Suárez, el alcalde de Ferrol; tienen abono de metro, como Manuela Carmena; y llevan los críos al colegio, como Ferreiro... O al balcón del Consistorio, como Ada Colau (Barcelona, 1974).

Luca Alemany, que nació en 2011, está acostumbrado a acompañar a su madre de un lado para otro desde que tenía un mes. Su primera aparición fue en una manifestación antidesahucios, movimiento del que Ada Colau ha sido líder hasta hace poco más de un año. La noche electoral también la pasaron juntos, aunque él se quedó dormido mientras se hacía el recuento de votos. El domingo pasado, el pequeño disfrutó de su primer acto oficial: presidió junto a su progenitora, recién nombrada alcaldesa, el acto de homenaje a los casteller de Barcelona, que cumplían 46 años. Luego, ella mantuvo su primera y «larga» reunión de trabajo. En la nueva política, el domingo no se hizo para descansar.

La líder de Barcelona en Común, que obtuvo once concejales por diez de Convergencia, ya dejó ver durante la ceremonia en la que recibió el bastón de mando que lo suyo iba a ser un punto y aparte con la política de su antecesor, Xavier Trias. Para empezar, porque invitó al acto por primera vez a los representantes sindicales en el Ayuntamiento, y porque las entidades y empresas sociales ocuparon un lugar importante entre los 700 asistentes a la investidura, cien más que hace cuatro años.

Pero también por su apuesta firme por algo que lleva tiempo defendiendo: la conciliación de trabajo y familia. «El día de la ceremonia habilitó una pequeña zona fuera del Saló de Cent para los niños cuyos padres estaban dentro», comenta con orgullo una funcionaria. Fue su «primer gesto». Este colectivo, el de los trabajadores municipales, está «ilusionado» con su llegada, aunque no esconde que espera algo más, «hechos». Como la orden que ya ha dado a los escoltas: deben dejar en casa el traje y la corbata, moverse con ella en ropa informal, y sustituir el Audi de alta gama que tiene asignado la alcaldesa por un modesto Seat Altea.

También ha quedado claro el compromiso de Colau con las víctimas de desahucios. El lunes se plantó en Nou Barris, el distrito donde dio su primer mitin con Pablo Iglesias, para apoyar a una familia que iba a ser desalojada. Habló hasta con el banco.

Altas dosis de paciencia

En Madrid, el cambio de Gobierno está siendo algo más convulso que en la ciudad condal. Y no solo porque Manuela Carmena (Madrid, 1944) haya tenido que hacer frente a su primera crisis con la dimisión del concejal Guillermo Zapata por unos tuits de 2011 en los que bromeaba con el Holocausto judío e Irene Villa. Sino porque el traspaso de papeles con Ana Botella es delicado. «Algunos hemos vivido los de Álvarez del Manzano y Gallardón, y la actitud de entonces no es la de ahora», confirma un veterano funcionario. CC OO denunció hace un mes que se estaban destruyendo papeles y la respuesta que obtuvo es que era para hacer sitio.

La exjueza, que cada día acude al Ayuntamiento en metro, también ha dejado claro que su prioridad serán las personas. La seductora Manuela Carmena ya se ha metido en el bolsillo al presidente de Bankia, con quien se reunió antes incluso de tomar posesión. José Ignacio Goirigolzarri ha dado su visto bueno a una oficina que pondrá en común la información de las entidades bancarias, los juzgados (quienes dan la orden definitiva de un desahucio) y el Ayuntamiento para dar soluciones a quienes están punto de perder su vivienda. El viernes hizo lo mismo con los presidentes del Santander, Ana Botín, y del BBVA, Francisco González.

Ya como alcaldesa, los gestos han continuado: devuelve las entradas gratuitas para la ópera y ante la imposibilidad de abrir los comedores escolares este verano, ha incrementado la partida para dar de comer y cenar a los jóvenes de hasta 18 años. Más de 2.000 familias han solicitado el servicio, pero ella sabe que hay muchas más que no lo hacen por vergüenza. Carmena les anima a que no se corten. Ni una palabra de grandes obras ni megafastos.

Ni ella ni sus concejales viajarán en los Toyota híbridos que tienen asignados como coche oficial. La verdad es que los vehículos oficiales tienen los días contados en los ayuntamientos del cambio. O al menos, los viajes. Juan Alberto Belloch, exalcalde de Zaragoza, y sus concejales se desplazaban en siete Audi A6 y un Volkswagen Phaeton. En 2014 les hicieron 100.000 kilómetros, el equivalente a dar la vuelta al mundo dos veces y media. Su sustituto, el abogado Pedro Santisteve (Zaragoza, 1958), prefiere gastar en suelas de zapatos. Y si tiene algo de prisa, en billetes de tranvía, como el lunes pasado, que se subió a uno de sus vagones para ir de la televisión autonómica al Consistorio, donde le esperaba una importante reunión. No llamó mucho la atención de los demás pasajeros. Será porque se puso corbata «para despistar».

Lo comentó con sorna a los periodistas que le acompañaban en ese viaje. El líder de Zaragoza en Común, cuyo primer acto oficial fue un homenaje a los republicanos caídos en Bielsa en la Guerra Civil, es tan campechano como parece y no le importa bromear. Ni pedir disculpas. «Todo el mundo se equivoca». Les ocurrió a los suyos, que descorcharon demasiada euforia durante la investidura al colocarse las bandas municipales en la cabeza. El regidor reconoce que no fue adecuado, pero avisa:«No queremos ser gente gris».

La grada en vez del palco

Verde es el color que mejor identifica a Joan Ribó (Manresa, 1947), el hombre que ha acabado con dos décadas de gobierno del PP en Valencia. El lunes acudió al Consistorio en bicicleta. Y no para hacerse la foto. «Siempre viene en ella», confirman los trabajadores, que le definen como un tipo «cercano». Los únicos problemas los ha tenido con su predecesora, Rita Barberá, con la que se llevaba «mal de verdad». Por eso, ella no hizo ni el amago de acudir a su proclamación. A él, que renunció a tener la vara de mando propia de los alcaldes, no le ha importado. «Es pasado».

El presente del dirigente de Compromís es conocer al personal con el que va a trabajar codo con codo los próximos 48 meses. Entre esa gente está la hermana de Rita, Asunción Barberá, recién nombrada jefa de la sección de Bodas Civiles, una «bicoca» de trabajo, comentan en los pasillos de la Casa Consistorial. Y también 57 asesores que quiere rebajar a 33. Ribó ya se ha gastado los primeros euros de la legislatura, «y muy a gusto». Se han ido en ayudas sociales y para los comedores. Pero piensa recuperar algo vendiendo el A8 blindado de su enemiga, que consume veinte litros a los cien. Aunque el gesto más llamativo ha sido el de abrir las puertas del Consell Municipal de par en par. Se puede visitar de 8 de la mañana a 3 de la tarde: una administración con «paredes de cristal» como «vacuna contra el derroche o la corrupción».

El contacto directo «es la única manera de seguir comprendiendo los problemas de los ciudadanos». Lo dice José María González (Rotterdam, 1975). En Cádiz le conocen como Kichi, un apodo que le puso su madre, y aora le llaman «alcalde» y le piden fotos «cada dos minutos». Es el sucesor de Teófila Martínez (PP), que acaba de vaciar el despacho de Alcaldía, en el que llevaba dos décadas, para que González tenga sitio. Y él ya ha dicho que le sobra. La casa que comparte con Teresa Rodríguez, líder de Podemos en Andalucía, en el humilde barrio de La Viña, es más pequeña. La primera medida de Kichi ha sido de chapa y pintura: borrar los mensajes de autobombo en las pantallas led de la ciudad. Servirán para informar.

Esta primera semana, el líder de Por Cádiz sí se puede, también la ha dedicado a organizar su equipo de gobierno y conocer a los trabajadores municipales. Este domingo, el equipo de su corazón, el Cádiz C.F., se juega el ascenso a Segunda con el Bilbao Athletic, pero la «carga de trabajo» no le permitirá viajar a San Mamés. La vuelta, sin embargo, sí la vivirá en el Carranza.

¿En el palco de autoridades?

Tiene la entrada comprada. Irá a saludar pero se sentará donde siempre, donde la gente.

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