Las mentes más maravillosas
Estudiar en el MIT cuesta 38.000 euros al año, gastos aparte, pero otorga 75 millones en becas para que no se le escape ningún genio. En su claustro figuran 78 premios Nobel
irma cuesta
Martes, 19 de mayo 2015, 01:46
El viernes previo al 15 de enero, día en que los americanos celebran el cumpleaños de Martin Luther King, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts ( ... MIT) tocan a rebato. Hace décadas que celebran una versión sofisticada de la tradicional búsqueda del tesoro. Durante varios días, los alumnos deben resolver acertijos, problemas de lógica y criptología, pistas que les llevarán hasta la moneda que el grupo vencedor de la edición anterior ha escondido en las 68 hectáreas que conforman el campus. En la universidad más prestigiosa del mundo -con permiso de su vecina Harvard-, donde las bibliotecas, los laboratorios y las salas de estudio están abiertas las 24 horas del día, nunca descansan. Ni siquiera a la hora del recreo.
Alumnos egregios
Cuando se le pregunta a José Ignacio Pérez Arriaga (Madrid, 1948) por qué este instituto fundado por William Barton en 1861 se ha convertido en una suerte de corte de mentes privilegiadas, responde sin pensarlo. «Imagino que es una mezcla de varias cosas. Un planteamiento ingenioso, mucha calidad, mucho trabajo y, sobre todo, un objetivo: utilizar la mejor ciencia no para especular, sino para crear cosas. En evidente consonancia con el lema de la universidad, 'Mente y mano'». Pérez Arriaga atesora uno de esos currículum de vértigo. Designado por el Gobierno español para elaborar un Libro Blanco sobre la regulación del sector eléctrico, ha dirigido más de 50 proyectos de investigación, publicado más de 100 artículos y dictado cursos por todo el globo. Desde hace ocho años también es profesor de Ingeniería, Economía y Regulación del Sector Eléctrico en esta meca mundial del conocimiento científico y la innovación humana. «Este es, sin duda, un lugar privilegiado. Su extraordinaria fama atrae a las mejores mentes del planeta y, por si eso fuera poco, está situado en el entorno de Harvard, otra referencia mundial, por lo que el flujo de información, de conocimiento y de interés es increíble. Lo habitual es que, en una mañana, uno se cruce por los pasillos con un par de premios Nobel».
El comentario podría sonar pretencioso, pero solo hay que echar un vistazo a lista de profesores para saber de qué está hablando: entre los cerca de 1.000 miembros del claustro hay 78 premios Nobel, 52 Medallas Nacionales de Ciencia, 45 Rhodes Scholars y 38 MacArthur Fellow, además de unos cuantos Abel, el mismo galardón que atesora John F. Nash, el matemático brillante y atormentado, profesor del MIT durante años, cuya vida popularizó el actor Russell Crowe en 'Una mente maravillosa'.
El 90% no entra
Con semejante cartel, no es difícil imaginar que haya tiros por entrar a formar parte de tan selecto club. En 2012, el MIT tenía matriculados a 4.384 estudiantes de grado y 6.510 de postgrado. Ese mismo año recibió 18.109 solicitudes para cursar el primer año en sus diversas titulaciones y solo aceptó 1.620: rechazaron a más del 90%. Y es que no solo buscan estudiantes con calificaciones estelares: los alumnos también deben ser cultos - interesados no solo en robots y matemáticas-, haber demostrado iniciativa, colaborado con organizaciones sociales, ser apasionados, equilibrados... Una lista inacabable en la que, contra todo pronóstico, no se incluye el dinero.
Estudiar en el MIT cuesta 38.000 euros al año sin contar alojamiento, manutención y material, pero si consigues entrar y demuestras que tu familia no puede hacer frente a los gastos, el instituto no te deja escapar. El año pasado, la universidad concedió becas por 75 millones de euros, de las que los alumnos no tienen que devolver ni un centavo. También es verdad que la dirección no tiene problemas para mostrarse así de generosa: las aportaciones de las empresas fundadas por exalumnos han convertido al MIT en la undécima economía más grande del mundo.
No solo no hay discriminación por razones económicas, tampoco les importa de dónde vienes ni dónde has estudiado hasta el momento en el que entras a formar parte de esta suerte de familia de genios. Hay alumnos de 115 países y muchos de ellos, exactamente el 23 %, pertenecen a minorías históricamente poco representadas. Además, siete de cada diez asistieron a colegios públicos antes de desembarcar en Massachusetts y nada menos que el 14 % son los primeros de su familia en ir a la universidad.
No es el caso de Ana Fernández Padilla (Santander, 1983). Ingeniera Industrial por la Escuela Técnica Superior de Ingeniería ICAI y la École Centrale de París, pudo elegir dónde hacer el MBA (Master in Business Administration). Su empresa, Boston Consulting Group, dejó en sus manos esta decisión y, tras realizar las pesquisas correspondientes, eligió el MIT. «Por un lado, porque no solo abordan temas relacionados con la gestión de empresa y la ingeniería nunca deja de estar presente. La segunda razón fue el espíritu de la universidad, el perfil de la gente que va allí y el hecho de que, detrás de todo aquello solo haya un objetivo tan ambicioso como factible: mejorar el mundo».
Ana llegó cargada de buenas impresiones, pero en Massachusetts halló algo mucho mejor de lo que imaginaba. «Allí todo es distinto. La mayoría de los alumnos montan su empresa mientras se forman. Cualquiera aquí escondería una idea por miedo a que se la copiaran. En el MIT se habla, se estudia, y quien puede aportar algo lo hace».
200 españoles
Entre profesores, investigadores y alumnos, los españoles del MIT forman una comunidad de unas 200 personas de un total de más de 16.000, entre los que se encuentra su vicepresidente. Israel Ruiz (Hospitalet de Llobregat, 1971), que hace tiempo que se convirtió en una figura imprescindible dentro de ese ecosistema de excelencia, resume el espíritu de la casa con una frase: «Soñando igual no llegas donde quieres, pero te lleva a un sitio mejor».
Ingeniero y Mecánico por la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Industrial de Barcelona, su perfil encaja como un guante dentro de la organización: fue el primer universitario de una típica familia de la posguerra española, sus hijos estudian en un colegio público en Boston y está fuertemente vinculado a la comunidad en la que vive, a la que dedica cuatro noches al mes. Ruiz cree que el secreto del MIT está en la concentración de talento por cada disciplina y en el trabajo en grupo. «Trabajas con gente, con mucha, que es más inteligente que tú, y debes ser capaz de comunicar tus ideas. Mi labor como administrador es que esto se cumpla. En el MIT escucharás muy poco la palabra yo. Incluso un premio Nobel lo primero que hace es reconocer a su equipo, al entorno. Ser un genio marca la diferencia, pero sin ese entorno no tendría el mismo impacto».
Abrumado, uno se pregunta si estudiar en el MIT es garantía de éxito y riqueza, mientras imagina largas colas empresarios tratando de hacerse con una porción de ese talento. Y piensa en el nuevo consejero delegado del BBVA, Carlos Torres, que acaba de ser nombrado esta semana. Al profesor Pérez Arriaga se le escapa una educada carcajada. «Esa es una pregunta muy española. Digamos, simplemente, que es una perfecta tarjeta de visita». No hay duda.
Profesores del MIT jugaron un papel fundamental en la Segunda Guerra Mundial gracias a sus trabajos en computadoras, radares y sistemas de navegación. Su mascota es un castor: el ingeniero de la naturaleza.
Alumnos del MIT son los artífices de algunos de los grandes descubrimientos e inventos de los últimos siglos. El fax, el dispositivo electrónico clave para la aparición de los televisores y las radios portátiles, el tecnicolor (el término 'tech' fue incluido para hacer honor al MIT); el primer radar de microondas clave, el correo electrónico, el gen que estimula la proliferación de tumores, el funcionamiento del sistema inmune e, incluso, la hoja de afeitar desechable.
Entre los cientos de alumnos que han pasado por el MIT está el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu; Kofi Annan, exsecretario general de la ONU; el astronauta Edwin Aldrin; Noam Chomsky, lingüista, filósofo y activista. También el nuevo consejero delegado del BBVA: Carlos Torres.
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