Un domingo lleno de felicidad
ENCARNA XIMÉNEZ DE CISNEROS
Lunes, 15 de abril 2019, 02:41
Medecía una de las responsables de los innumerables corralitos que abonan el futuro de nuestra Semana Santa «llevo veintiocho peques y diecinueve son primos». A ... ver si alguien piensa que esto no es familiar y de tradición.
Me lo contaba en la salida de la hermandad de la Santa Cena y de la Victoria donde se convocaban un gran número de personas, algo que fue común al resto de iglesias desde donde todas -qué gran noticia- comenzaban su estación de penitencia hacia la iglesia Catedral.
Familias como la formada por Filomena Romero, toda una estirpe cofrade, continuada por sus hijos Miguelfran, Víctor y Jorge Luis Hidalgo, y por su nieto Miguel, que estaban arropándola, cada cual a su manera.
Saga como la creada por Fernando García Romera al que vi con su hijo Jorge; y también pude saludar a Manolo Sánchez o Antonio García Aguilera. Y hablando de familias, la mía, con Irene Mateo volviendo a disfrutar como monaguillo, acompañada de su madre, Nieves Ruiz; y sus abuelos: Concha, Nieves, Jesús e Isidoro.
Antes había saludado a Aurelia Casares y Manuel Carmona, que compartían la jornada matinal con Encarna Illescas y con el padre Chomín, además de Angelita de la Higuera. Nombres de una Semana Santa en la que ayer saludaba a muchos pregoneros, desde Álvaro Barea, que iba acompañado de su hija Candela y que me presentó a Magdalena, hasta Luis Recuerda, José Manuel Rodríguez Viedma, David Rodríguez y Cecilio Cabello, que paseaba junto a su mujer Tere y su hijo Nathanael.
Era el día de la Sentencia y las Maravillas, de la primera salida del Dulce Nombre acompañando a Nuestro Padre Jesús Despojado, del Cautivo y la Encarnación y, claro, de la Borriquilla y la Señora de la Paz, en cuya sede -por fin se pudo salir- saludé al arzobispo Francisco Javier Martínez, presidiendo, un año más, la procesión de las palmas.
Siempre hay muchas historias, esos momentos humanos que se van recogiendo, sobre todo en las visitas matinales a los templos. Allí conocí la historia de Marta, sin apellidos, que sobrellevaba con una gran sonrisa su evidente estado de buena esperanza. «Cada año he rezado para poder ser madre y, ahora, vengo a dar las gracias». No podrá estar en las procesiones, ya que «me canso ya mucho», pero sí me confesó que a su niña le pondrá el nombre de Encarnita. No tengo ni que decir cuál es su devoción cofrade.
El encuentro más bonito fue con los compis de los medios de comunicación, esos -y esas- que durante estos días vamos a compartir dinteles y carrera oficial, empujones y vivas... todo lo que es Semana Santa. Y, entre ellos, alguien muy querido para mí, y para esta casa, José María González Molero, con su cámara en ristre, no dejaba de plasmar las mil y una estampas del Domingo de Ramos, ese día de la póstula, cuando las hermandades van colocando sus mesas para recaudar fondos pero, sobre todo, para poder adquirir ese recuerdo tan propio.
En el atrio de San Pedro, otros apellidos ilustres de nuestras cofradías, como Alfonso López Checa y Faly Martín; o la familia Lasala; y allí en ese rincón de nuestro Bajo Albación, siempre el recuerdo del querido y recordado Enrique León, el párroco que dejó su impronta.
Tengo muchas más imágenes que contarles, pero afortunadamente quedan muchos días. Me quedo con otra de las anécdotas que tanto me gusta escribir. Rocío Roderas García estaba tremendamente ilusionada con hacer su estación de Penitencia. Una intervención -sin importancia, pero molesta- le ha dejado en casa con el consiguiente disgusto. Sus padres, Toñi y Joaquín, y su hermana Carmen le intentan animar. Pero no es fácil. Como Rocío o como Marta-distintos motivos- el disgusto por no poder salir a ver las procesiones es grande. Ojalá lo que contamos desde IDEAL les alivie un poco.
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