'La empresa de sillas'
Crítica de televisión ·
A veces uno necesita encontrar al culpable para derrotarlo, para saber que no volverá a sucederHay días que uno vive en furia. Una mañana, en la oficina, se te cae el café y te manchas la camisa y no pasa ... nada. Bromeas con los compañeros, vas al baño y te sacudes frente al espejo mientras te partes de risa. En un día de furia no. Esos días oscuros, imprevisibles e inoperables, el café derramado se convierte en una metáfora del universo confabulando contra ti, en una muestra evidente de que las ruedas giran para aplastarte, para negarte cualquier opción de mejora. Y las carcajadas de los compañeros son puñaladas traperas, escupitajos humillantes, una declaración de guerra.
Eso le pasó al bueno de William Ronald Trosper, Ron. Pero no fue con un café, fue con una silla. Estaba nervioso porque tenía que dar un discurso ante sus compañeros y, sobre todo, sus jefes. Subió al estrado y, maldita sea, le salió perfecto. La ovación fue emocionante. Pero al volver a su puesto se sentó de nuevo en su silla y se rompió en mil pedazos, provocando que diera un sonoro culetazo contra el suelo. ¿Una divertida casualidad? No, en un día de furia no. Y lo peor es que los días de furia no se olvidan, al contrario, se quedan pegados a la piel.
Si quieren saber lo que le pasa a Ron no se pierdan 'La empresa de sillas', en HBO Max, una serie tan divertida como inquietante. Por momentos es una suerte de 'The Office' y, de pronto, un spin-off de 'Separación'. En cualquier caso, siempre una genialidad. Ron (interpretado y escrito por Tim Robinson, sospechoso habitual de 'Saturday Nigh Live', creador de 'Detroiters') me cae bien porque le entiendo. Porque a veces uno necesita encontrar al culpable para derrotarlo, para saber que no volverá a suceder, para evitarle a otra víctima ese dolor. Para hacer justicia. Y, sobre todo, para aplacar la furia.
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