Buena vida vida buena
Wenceslao-Carlos Lozano
De la Academia de Buenas Letras de Granada
Miércoles, 5 de noviembre 2025, 23:07
En vista de lo alicaída que anda aquella ilusa convicción de progreso social ascendente de toda generación con respecto a la anterior, que tanto fantaseo ... ideológico suscitó hasta época no tan lejana, no cabe decir que los tiempos actuales se presten demasiado al optimismo colectivo. De ahí quizás que los más sabios y precavidos de quienes supieron, en aquellas otrora jubilosas décadas, gozar con provecho de una auténtica «buena vida», den hoy prioridad a una «vida buena», esa que se sustenta en la idea de que el ser humano puede, desde siempre y, por ende, también aquí y ahora, convertirse en dueño de sí mismo como forma de realizarse. Eso, claro está, ya del todo asumido que, a falta de salvación eterna, la finitud de la vida no tiene por qué ir en detrimento de su excelencia.
Descartada por principio la riqueza material como garantía suficiente de felicidad, asombra la imperiosa necesidad, en gente de toda índole, de narcotizarse con persistencia (una economía delictiva a escala planetaria superior al PIB de muchos países) para sobrellevar su tedio existencial, como si de lo primero que hubiera que zafarse, para ahuyentar los demonios internos y anestesiarse de la realidad circundante, fuera precisamente de la lucidez, esa claridad mental imprescindible para toda «vida buena» y requisito de toda filosofía saludable, como esas que proponían, a gusto del consumidor, gente como Sócrates, Epicuro o los estoicos, no por divergentes menos juiciosas.
Es decir, por ese orden, fundamentando la dicha de vivir en la virtud y el autoconocimiento; o bien buscándola en un animoso proceso de renuncias tendentes al mantenimiento personal antes que a la gratificación inmediata de necesidades instintivas; o, a la manera de Marco Aurelio, identificando el bien supremo con una ausencia total de turbaciones, enfocándose en el control de los pensamientos y de las acciones, aceptando los acontecimientos externos tal como se presentan, y buscando la virtud y la razón en todas las facetas de la vida.
Así las cosas, no es de extrañar que sea, por lo mismo, tan lucrativo negocio el mercadeo de la felicidad, como espectáculo de masas y codiciado bien de consumo (individual o grupal), que ofertan por vía televisiva y telemática acreditados profesionales de la charlatanería. Y es que las razones propiamente «buenas» de vivir no resultan tan atractivas ni evidentes si pueden adquirirse sin gasto alguno.
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