¡No vuelvo a subir al Mirador de San Nicolás!
El patio de los neones ·
El resumen de la experiencia es claro: prefiero acudir a un conflicto bélico para llevar ayuda humanitaria que repetir como anfitrión de una expedición (con niños) capaz de coronar el AlbaicínFernando Fedriani
Lunes, 18 de febrero 2019, 23:57
Al menos hasta que se me olvide la experiencia, no volveré a subir al Mirador de San Nicolás. Antes de nada quiero dejar claro que ... viví siete años en el Albaicín, así que algo sí que sé sobre su deriva. De hecho, desde la ventana de nuestro despacho veía cada mañana el poyete más famoso de toda la ciudad. Sin embargo, como os pasará a tantos de vosotros, llevaba un par de años sin volver a recorrer los escalones que nos dan acceso a uno de los lugares más emblemáticos de España. No es pena, no es rabia, es algo mucho peor: seguro que a ti también te ha pasado.
Mi amigo Daniel Escobar, maestro FIDE y galardonado hace pocas horas con el premio de la Confederación Andaluza de Asociaciones de Madres y Padres del Alumnado por la Educación Pública, venía a la ciudad. Por ese motivo, me pidió que le enseñara a su familia algún lugar emblemáticamente granadino. Por aquello de cumplir con las expectativas, recorrimos el Paseo de los Tristes, subimos por el Chapiz, accediendo luego a San Nicolás. El resumen de la experiencia es claro: prefiero acudir a un conflicto bélico para llevar ayuda humanitaria que repetir como anfitrión de una expedición (con niños) capaz de coronar el Albaicín.
Todos recordamos cómo, hasta hace cinco o seis años, cualquier día se podía mirar unos minutos la ciudad desde San Nicolás. Ahora la cola ha dejado de ser para contemplar Granada. Ahora meramente puedes hacerte la foto. Congelas la imagen y ya la mirarás cuando regreses a un lugar seguro porque otras cien personas quieren tu medio metro de vistas. Y lo quieren con urgencia. Es doloroso tener que hacer cola tan violenta para hacerte una foto. Pero no era una excepción. Había gente haciéndose autofotos en casi todos los rincones del barrio, incluso en esquinas sin ningún tipo de interés monumental o turístico. También en otros lugares resultaba imposible contemplar la ciudad con calma.
Y las sensaciones al recorrer el Paseo de los Tristes, los empujones y aglomeraciones de cada callejuela, o el aumento del tráfico, contrastaban con la desoladora situación de los vecinos. No hay niños jugando en las calles. No hay prácticamente jóvenes que lo sientan propio. Ves lo que fue la esencia del barrio (con su Gómez Moreno, con su biblioteca, con su centro de salud, por ejemplo), entregado a los foráneos, despojándolo de su esencia más melancólica y exquisita. Ni paz. Ni encanto. Ni es ya de los granadinos. Lo que yo vi ayer me pareció una delirante prostitución.
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