Vuelvan la vista a quienes sufren
Huesos de Aceituna ·
Evaluar a los alumnos como si todos tuvieran a su alcance parecidas posibilidades tecnológicas, espaciales y familiares, además de irreal sería total y absolutamente injustoVivimos una situación muy excepcional. Tanto, que no se recuerda una crisis global como esta desde la Segunda Guerra Mundial. Los gobiernos democráticos, estatales y ... regionales se han visto atropellados junto a la ciudadanía que representan por una pandemia de la que aún no sabemos con exactitud en qué condiciones vamos a salir. Un dilema que es transfronterizo. Ya hay más de 3 millones de personas contagiadas en todo el mundo, número aproximado porque son las que han sido objeto de alguna prueba específica. Entre las fallecidas, las personas mayores han acusado el golpe de un modo atroz, contándose por muchos miles tan solo en nuestro país. Para mayor dolor, han pasado los últimos días de sus vidas alejadas de sus seres queridos, tan solo aliviadas por la mano amiga de una enfermera –lo pongo en femenino porque así me sale-. Un hecho que, paradójicamente, muestra tanto la intrínseca crueldad del momento como el heroico modo con que lo enfrenta el conjunto de la sanidad pública.
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Pero esta lacerante realidad no se acota en su íntima relación con la enfermedad y la muerte. También se ceba, y de qué manera, con aquellas personas que, por un motivo y otro, se encuentran en una situación precaria para afrontar el obligado confinamiento. Me refiero particularmente a las personas mayores –otra vez– que, sin estar contagiadas, viven solas, y a la población más joven y desprotegida. Por fortuna y porque así nos lo hemos dado, vivimos en un Estado constitucionalmente autodenominado como Social, en el que el común de la ciudadanía se desenvuelve con unas condiciones de vida dignas. Por lo general, las familias disponen de una vivienda en la que mayores y pequeños tienen espacios para el descanso, el ocio y el trabajo, equipados con la ayuda, las herramientas y la tecnología suficientes para sobrellevar con cierta tranquilidad esta situación de confinamiento. Interiorizamos que este es el caso de nuestros vecinos de comunidad y de calle, y podemos dejarnos llevar por la suposición de que tal 'bonanza' se extiende más allá de ese entorno cercano. Y no es así, ni mucho menos.
Hay familias que viven hacinadas en espacios minúsculos o insalubres, que no puede pagarse dos comidas diarias y que, por supuesto, ni tienen internet ni ordenador ni nada que se le parezca. No son pocos los casos. Mucho más abundantes cuanto más extensa y poblada sea la ciudad en la que vivan. La plena consciencia de esta realidad puede ser muy útil a la hora de, por ejemplo, valorar las posibles soluciones para finiquitar el curso escolar. Porque evaluar a los alumnos y alumnas como si todos tuvieran a su alcance parecidas posibilidades tecnológicas, espaciales y familiares, además de irreal sería total y absolutamente injusto. Se perjudicaría de un modo cruel e injustificado a niños, chavales y chavalas, que viven en el seno de las familias más depauperadas. Como muestra, un botón. Las asociaciones de padres y madres de Granada, Jaén y Sevilla apuntan que alrededor de un 20% del alumnado de las enseñanzas generales obligatorias no puede seguir las clases por internet y, por lo tanto, no pueden ser evaluados. Por lo que respecta al profesorado, hay quien se queja amargamente de no haber vuelto a saber nada de algunos de sus alumnos y alumnas desde que se decretó el confinamiento.
Así que, cuando pongamos el grito en el cielo por el probable aprobado general –salvo excepciones muy justificadas–, parémonos a pensar aunque sea solo por un segundo en esos menores que viven en un entorno vital penoso. ¿Cuál es la mejor solución para ellos? Son carne de cañón si no se les presta toda la atención de la que seamos capaces para que, al menos, tengan alguna posibilidad de aspirar a un futuro mejor. Ya sabemos cómo quedó el ascensor social tras la pasada crisis económica: hecho unos zorros por mor de la insolidaridad, del clamoroso aumento de la brecha entre ricos y pobres, que, según Oxfam-Inermon, colocaba a nuestro país con el dudoso honor de ser el cuarto europeo con mayor desigualdad. No seamos tan solo solidarios de balcón y aplauso vespertino. No volvamos a alentar aquello del 'sálvese el que pueda', que ya experimentamos no hace tanto con fatales consecuencias para las clases medias y bajas. Conformémonos con ese notable o ese sobresaliente que nuestro retoño se habrá merecido por su esfuerzo en la evaluación continua, antes en clase y ahora en su cómoda, abastecida y tecnológica vivienda.
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