La vuelta de los dinosaurios... y Europa
El ciudadano medio no sabe realmente cómo se administran los fondos que nos llegan, ni por qué no nos llegan otros que nos corresponderían, manejados según la oportunidad electoral de cada momento
Adela Tarifa
Miércoles, 5 de junio 2024, 23:53
Tengo dos nietos enganchados a los dinosaurios. Ya no piden otro juguete. Los tienen de todos los colores y formas, saben sus nombres y peculiaridades. ... No es un caso raro, en cualquier juguetería abundan. En esa pasión por los dinosaurios hizo mucho el cine, con películas antológicas y terroríficas. Realmente, ante estos gigantes un ser humano parece una pulga. Pero se extinguieron.
Todavía salen nuevas teorías sobre las causas de su desaparición. Hoy lo del meteorito cobra fuerza, pero no sé si está totalmente probado. Desde luego todavía en el siglo XX se publicaban libros sobre el asunto de esta extinción de aquellos seres desproporcionados, cuya convivencia con otras especies, particularmente los humanos, era imposible. Es que uno solo de esos animales necesitaba para alimentarse a diario varios árboles gigantescos y muchos kilos de carne. Sin embargo apenas tenían cerebro. Eso llevó a naturalistas de antaño a asegurar que desaparecieron a causa del tamaño y por carecer de armonía orgánica. Patas, colas, hocico o colmillos crecían sin parar, y eso forzó a la naturaleza a cubrir su gran esqueleto con mucha piel, lo que favorecían ataques mortales de sus enemigos. Ellos mismos se mataban para comer. Curiosamente, a más tamaño, más diminuto era su cerebro. Eso afirmaba el naturalista francés Deperet en una obra publicada de 1916.
Precisamente al hilo de esta observación, Don Santiago Ramón y Cajal construye su teoría de que la desaparición de los dinosaurios se parece mucho a la política. Que fue por las mismas causas por las que murieron grandes imperios como el romano, de quilométrica piel, desarmónico crecimiento y escaso cerebro; porque sus gobernantes eran déspotas y no se apoyaron en el Senado, donde los sabios, los ancianos con experiencia, aconsejaban. El propio imperio español de los primeros Austrias llevó a España a la bancarrota, porque el afán imperialista mal gestionado es nefasto. Solo los ingleses aplicaron en esto inteligencia, y ahí siguen, anclados en 'esplendido aislamiento', rechazando el euro como moneda, y luego dando la espalda a la UE.
Todo esto me ha llevado a pensar, en víspera electoral, en nuestra vocación europeísta, que actualmente es menor que antes. Yo recuerdo la infinidad de jornadas pedagógicas sobre el tema de UE en los que participé, y los dos congresos que organicé en los cursos de La Complutense en El Escorial, contratando a los mejores especialistas. Conservo los programas. Allí también impartí alguna conferencia. Entonces ese nombre nos ilusionaba, era el remedio a todos los males de la vieja Europa dividida. Yo misma siempre fui entusiasta europeísta. Hoy lo sigo siendo, pero quitándole el primer adjetivo. Es que esa idea de Europa unida nos va defraudando poco a poco. Se ha convertido en un gigante de extremidades desproporcionadas, cubierta de kilómetros grasa y piel que deben tapar sus órganos externos poco simétricos, a modo de manto que intenta cubrir realidades y aspiraciones diferentes.
Por lo que es difícil contentar a todos. Respecto a su cerebro ¿qué es realmente el cerebro de la Unión europea actual? Es un parlamento en el que caben hasta prófugos y traidores a su país como Puigdemont. Donde van a paran muchos políticos amortizados para asegurarse una buena jubilación. Un foro cargado de contradicciones internas, que alimenta a los burócratas que dejan colgados de la brocha a los socios que les plantean con urgencia cuestiones de vida o muerte, dilatando respuestas y mareando la perdiz.
Por eso no me extraña que el entusiasmo europeísta decaiga. Es que el ciudadano medio no sabe realmente cómo se administran los fondos que nos llegan, ni por qué no nos llegan otros que nos corresponderían, manejados según la oportunidad electoral de cada momento. Es que en Europa no se enteran de que España es un país con gran sector primario, y que no es de recibo dictar leyes totalmente alejadas al progreso agrícola y ganadero que nos sacaría más de pobres a largo plazo que la venta a trozos de nuestro patrimonio histórico, artístico y medio ambiental a los turistas. Y que conste que no estoy contra el turismo, pero sostenible.
¿No sería mejor para nuestro desarrollo económico facilitar que nuestros medianos agricultores y ganaderos puedan vivir de su trabajo? Y que no tengan que tirar toneladas de productos a la basura por la competencia ilegal de Marruecos y otros países, y por una normativa europea draconiana. Yo creo que es mejor eso que pasarse la vida con la mano extendida mendigando de la UE. Por cosas así yo ahora vivo como Alejandro Sanz, con el corazón partio: como historiadora, como demócrata, desde el corazón, miro a Europa con esperanza, implorando un milagro, porque miedo da ver lo que pasa cuando quedas a expensa del político autoritario de turno. Pero desde el cerebro soy consciente de que desde la UE son más las frustraciones recibidas que las alegrías. Y que si seguimos así, echándole grasa y piel al cuerpo deforme, y achicando el cerebro, seremos como aquellos dinosaurio, feos, ineficaces y torpes, caminando hacia la extinción. ¿Será verdad lo que dijo nuestro nobel, que solo modestas naciones de espacios reducidos y con gobiernos sensatos, sin ansias imperialistas, puede garantizar la paz y el progreso?
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