Vivimos en una sociedad acomodaticia y poco comprometida. Aunque todos decimos tener valores, incluso, los que solo ansían el dinero, o nunca tuvieron una mirada ... fraterna, la realidad es muy distinta. ¿Cómo es posible reconocer a una persona con valores? Los tienen los que no pueden existir al margen del otro: es nuestra actitud ante él, lo que define nuestra existencia. Enmanuel Lévinas, en 'Totalidad e infinito', afirma que cada ser tiene un rostro propio y una dignidad, que nos obliga a asumirlo como alguien sobre el cual «no puedo poder», pues «el rostro se niega a la posesión».
El único elemento que rompe la distancia, a veces infinita, que hay entre los seres, es el lenguaje, como diálogo entre iguales que buscan entenderse y comprenderse, y hacer un mundo más perfecto. Toda palabra ha de ser pronunciada mirando el rostro del otro, pues es ese rostro el que valida mi discurso. Si está pronunciado de espaldas al otro, el discurso es inhumano. Ni la posesión del otro, ni la superioridad me pueden incorporar a él, sino que perturbo su dignidad y valía. La modernidad, con su relativismo moral, nos ha velado la realidad anterior, y vivimos hechizados, y en una especie de «embrutecimiento», como afirma Lévinas.
Frente a ese mundo cargado de falsedades y fantasías, es necesario que vivamos en una sociedad cargada de principios morales, o valores, que nos permitan convivir con otros de manera justa, para conseguir una sociedad mejor. Existen múltiples valores, pero quiero detenerme en los que considero más importantes hoy. Entre otros, la bondad, cuyo objetivo básico es respetar y ayudar a los demás; la sinceridad, consistente en relacionarse sin intenciones ocultas, cuando hablamos o actuamos; la empatía, que nos ayuda a ponernos en lugar de los otros, y hacerles la vida más placentera; el compromiso, que nos impele a ser ciudadanos activos en una sociedad muy desigual; la tolerancia, que nos permite comprender y aceptar al diferente; la gratitud, el gesto humano más sublime y tan poco practicado; el perdón, que muestra el camino recto al que ha obrado con maldad; la humildad, el camino del que se siente pobre y limitado; la responsabilidad del que hace frente a sus obligaciones individuales y colectivas; la honestidad, que piensa más en el bien ajeno que en el propio; la justicia, que nos permite ser ecuánimes; la libertad, que nos obliga a encarar la realidad, sin condescender con la sinrazón; la solidaridad que nos impele a ayudar a los que nos necesitan; y la cultura, tan necesaria para descifrar la complejidad de nuestro tiempo, pues como decía Don Quijote, «el que lee mucho y anda mucho, amigo Sancho, ve mucho y sabe mucho».
Pero frente a ese mundo de valores, nuestra sociedad ha caído en el infantilismo moral: tener un buen empleo y olvidarse de los demás. Nos hemos convertido en seres evadidos, sin criterio definido, que seguimos la senda que marcan los poderosos. Y no puede imperar la libertad, la igualdad y la justicia plenas, en una sociedad sin ciudadanos cultos, responsables y solidarios. Como decía Ortega, «una nación donde el Estado y las instituciones funcionen de manera perfecta, pero donde la sociedad careciese de empuje, de claridad mental, y de decencia, marcharía mal».
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