Virus y civilización
Puerta Real ·
La primera prueba de que el hombre se había hecho culto es el descubrimiento de un fémur roto, y recompuestoDe la preocupación y el aislamiento, a causa del coronavirus, también podemos sacar cosas buenas. Un alumno le preguntó a la famosa antropóloga Margaret Mead: «¿ ... Cuál es el primer signo de la civilización?». «La primera prueba de que el hombre se había hecho culto, dijo, es el descubrimiento de un fémur roto que había sido recompuesto, porque eso indicaba la dedicación de otras personas para salvarlo de inclemencias y fieras».
Periodismo y compromiso
Hoy, la dedicación del personal sanitario es el ejemplo más claro de civilización: son profesionales preparados y honestos que nos salvan de las duras inclemencias actuales. Igual podemos decir de las Fuerzas de Seguridad del Estado, de dependientes de comercios y farmacias, de transportistas, de taxistas, de cuidadores de residencias…, y de tantos otros que se exponen para hacer más llevadera la enfermedad. Las palmas en los balcones, cada tarde, a las 20 horas, es la prueba evidente de que el pueblo cree en sus profesionales.
La reclusión está produciendo efectos muy positivos sobre el medioambiente. La contaminación, en Granada, ha bajado un 80%; en Venecia, los canales vuelven a tener aguas cristalinas; en China y en otros países, la contaminación ha descendido... La maestra y poeta estadounidense Kitty O'Meara ha escrito, a raíz de la pandemia, un precioso poema: «Y la gente se quedó en casa./ Y leía libros y escuchaba./ Y descansaba y hacía ejercicio./ Y creaba arte y jugaba./… Y aprendía nuevas formas de ser./… Y la gente empezó a pensar de forma diferente/»... Concluye que una vez sanados, la pandemia modificará nuestras conductas y nuestro futuro: «Y la gente sanó,/… Crearon nuevas formas de vivir y curaron la tierra por completo, tal y como ellos habían sido curados». ¿Seremos capaces, de verdad, de transformar hábitos y costumbres, eliminando prisas indebidas, fomentando comunicación y afectos, y evitando contaminaciones sin límite y atentados a la naturaleza, tan maltratada?
En una sociedad donde priman y triunfan personas sin preparación y sin principios, la pandemia ha puesto de relieve que la sanidad y los sanitarios, los grandes olvidados del sistema, son una de las bases de la sociedad del bienestar. Son ellos, los sanitarios –¡qué paradoja!– los que nos están salvando: precisamente, los que más horas trabajan con sueldos irrisorios; los que, en su mayoría, no tienen estabilidad laboral, sino interinidades y contratos basura; los que, con cuarenta y cincuenta años, aún no tienen plaza fija porque no les han convocado oposiciones, los que tantas veces son insultados y agredidos... Quiero terminar con la sabiduría y la esperanza de Don Quijote: «Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo…, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y, habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca».
Y luego… ¿Seguiremos sin cambiar estructuras, comportamientos, y formas absurdas de vida?
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