He visto una película que no me pareció excepcional. Narra la historia de dos personas cuyos cónyuges fallecen en un accidente de avión. Tal vez ... me enganchó a ella el sentimentalismo, el aferrarse a la persona muerta, en el caso de un protagonista, y la voluntad o necesidad de superar la pérdida, en el caso de la otra: la vida sigue y hay que vivirla hasta el final. Final que, por supuesto, nadie pone en duda aunque sorprenda, naturalmente, cuando se muere fuera de tiempo, a deshora.
No fue la actuación de los actores, ni siquiera una excelente dirección, fue un detalle insólito el desencadenante de este pensamiento. Cuando ambos viudos acuden a identificar los cadáveres no se ve esa escena tan repetida en el cine de destapar la sábana o abrir esos horrendos sacos en los que meten los cuerpos como si fueran bolsas de la basura a punto de ser echadas en el contenedor. No se enfrentan a la cara difunta, acaso deforme o no, de sus deudos. Al menos, no de una forma real. Les muestran esas mismas caras en fotografías expuestas en cámaras de televisión. Todo muy virtual.
El asunto es significativo. Parece como si el dolor no fuera tan doloroso. Basta con ocultar la realidad de la causa, sustituyéndola por una imagen. No solo queremos apartar de nosotros el dolor y la muerte. No se trata de 'carpe diem'. Deseamos que no existan. O, mejor dicho, no queremos aceptar que existen. Y para eso lo virtual es solución eficacísima.
Hoy todo es virtual. A todo sustituye lo virtual. Una vez pregunté a una jovencita, que pasaba el día pegada a su móvil, si tendría novio por el móvil, si comería o bebería por el móvil, si defecaría por el móvil. Las dos primeras cuestiones le parecieron propias de un imbécil; la última, de un grosero degenerado. Se lo tendría que haber preguntado virtualmente. De modo que la muerte también se ha convertido en virtual. Habrá cementerios virtuales a los que acudiremos haciéndonos 'selfis', iremos a ver a los enfermos terminales armados de nuestro terminal, sustituyendo las contraídas jetas de los enfermos por fotos de ellos muy sonrientes y muy jóvenes; a ellos no los veremos, pero ¿qué más da? Yo mismo puedo presentarme en las redes sociales como un muchachote veinteañero dispuesto a correrme juergas de tres días. Y no crean, esto mismo que escribo también es virtual, por supuesto.
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