La vida es sueño
Para ser una milonga, vaya si no tuvo consecuencias: el número de empresas que salieron huyendo –otro hecho tozudo– se cuenta por miles
Lo tuyo es puro teatro: esa famosa canción de La Lupe –la sufridísima lamentación de una amante despechada que le reprocha al otro que lo ... suyo es un 'estudiado simulacro'– no constituye sino la enésima manifestación de algo evidente y sobre lo que, desde el mito de la caverna de Platón, han reflexionado muchos: que la frontera entre ficción y realidad sólo existe a la hora de clasificar los libros best-sellers, porque ambas cosas se presentan entreveradas hasta el grado de lo indisociable. «Estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños» (Shakespeare). «La vida es sueño» (Calderón de la Barca). «Las cosas comúnmente no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Son raros los que miran por dentro y muchos los que se pagan de lo aparente» (Gracián). Y, para terminar, Borges: comparando a la persona del sufrido Cervantes con su criatura literaria más celebrada, dijo aquello tan real, aunque se antoje paradójico, de que el Ingenioso Hidalgo ha acabado siendo, a los ojos de cualquiera, más real «que el soldado que lo escribió».
Un apunte sobre nuestra tierra: Ignacio G. de Liaño en su libro 'Los juegos del Sacromonte' (1975) pone de relieve la capacidad de los mitos y ficciones –la invención de los libros de plomo en el reinado de Felipe II, en el caso– para impregnar la realidad e incluso predeterminarla. Si el Sacromonte se llama precisamente así, es como consecuencia de esos hechos que sólo empezaron existiendo en algunas mentes. Por eso el autor hablaba de «juegos»: entre sueños, imágenes y hechos se da todo un continuo.
Hay cosas, por poner una referencia más reciente, que se dicen de farol (Draghi, Londres, 26 de julio de 2012: «Haré todo lo necesario para salvar el euro y, créame, será suficiente») pero que acaban transformando los hechos más prosaicos. Los mercados en efecto lo dieron por cierto y bajaron las primas de riesgo de los países endeudados. No hay nada más contante y sonante que el metal y eso no significa que –sobre todo ahora, en esta economía de intangibles y esta sociedad de emociones– no funcione en base a fabulaciones o señuelos. Para bien o igualmente para mal, según los casos.
Pero el Tribunal Supremo ha venido a irrumpir en tan sabia línea de pensamiento para manifestar que esa divisoria no sólo forma parte de la vida sino que resulta hermética, como si fuera la mismísima muralla china. Sólo bajo esas anteojeras tan peculiares se puede afirmar, por ejemplo, que todo el 'procés' de septiembre y octubre de 2017 no fue sino «un artificio engañoso para movilizar a unos ciudadanos que creyeron estar asistiendo al acto histórico de fundación de la república catalana». O sea, que aquello, pese a su estrépito, no dejó nunca de ser una patraña. Una milonga, dicho sea sin desdoro de la memoria de Carlos Gardel y su Melodía de Arrabal.
Para ser una milonga, vaya si no tuvo consecuencias: el número de empresas que salieron huyendo –otro hecho tozudo– se cuenta por miles. Y, salvo alguna excepción, siguen sin volver.
Y otra cosa: las víctimas del embauque (a diferencia de lo que le sucedía a la protagonista de la canción de La Lupe, una mujer que respondió al engaño con un arrebato de dignidad: «Hasta aquí hemos llegado») parecen encantados con haberlo sufrido. Incluso quieren más. Sarna con gusto no pica, por mucha sarna que sea y (lo peor de todo) que hoy, en octubre de 2019, dos años después, se sepa que lo es. Víctimas propiciatorias de todo tocomocho. Están indefensos.
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