El viajero oriental
Tribuna ·
Contaban de él que era enormemente extrovertido y que amaba las multitudes; le encantaba exhibirse y buscaba la presencia de cuantos más receptores de su mensaje, mejorViernes, 18 de diciembre 2020, 01:11
En la madrugada del 1 de diciembre pasado pudimos ser testigos de un fenómeno natural por el que la luna llena, en su retirada, daba ... la bienvenida en nuestro cielo al nuevo, y diametralmente opuesto, sol naciente. Efectivamente, mientras a oriente, las primeras nubes de la mañana se teñían de naranja, estimuladas por el despertar del astro rey, en occidente se podía disfrutar de una luna enorme y brillante, que lucía los últimos compases de su devenir diario alrededor de la tierra. Era como un cortejo cósmico en el que la diosa selenita, una vez interpretada su función, nos dejaba en manos de nuestra estrella más cercana para ir marcando nuestro ritmo de vida secular. Cuentan los expertos que en los días que esto ocurre en las horas tempranas, también se ofrece el mismo espectáculo durante los atardeceres, pero a la inversa. Así, mientras el sol da sus últimos estertores hacia su ocaso en occidente, la luna se muestra señera en los cielos orientales. Es el devenir sideral de un universo que fue gestándose con ese transitar, a nuestra vista, de derecha a izquierda, de oriente a occidente. Aunque también dirán los expertos que, en el universo, entre los muchos que pueda haber, y no es éste que escribe maestro para debatir sobre ese tema, no hay ni derecha ni izquierda, ni Este ni Oeste, ni Norte ni Sur.
También resulta extraordinario, al menos desde nuestra perspectiva ibérica, el que las grandes invasiones y/o expediciones (¿migraciones?) a lo largo de la historia, exceptuando las impuestas en los tiempos modernos, quizás atizadas por un capitalismo desmesurado, han provenido todas de un Oriente más o menos cercano, como si estuvieran guiadas por una trayectoria diseñada por algún arquitecto estelar. Así, nos visitaron fenicios, cartagineses, romanos y musulmanes, por citar algunas culturas. Todos emulando las corrientes de navegación cósmica que cada día fueron somatizando nuestros antepasados homínidos. De igual manera, nuestros expedicionarios colombinos y magallánicos orientaron sus naves hacia occidente, a sabiendas de que no somos sino el oriente de las Américas. En busca de riquezas, en busca de un destino mejor, como sol y luna marcan cada uno de nuestros días, con la esperanza de que el siguiente nos traiga mejor fortunio y más bienestar. Y esto parece que fue siempre así, a pesar de los marcopolos y los willyfogs que pretendieron trazar los caminos en sentido contrario; con éxito moderado, por cierto.
Me dijeron no ha mucho tiempo que había llegado por estas latitudes un ser exótico originario de oriente (otra vez la singladura oriente-occidente). Que había arribado de manera inesperada y que, como tal agente exótico, extraño, diferente, iba a reclamar la atención de todos. Efectivamente, desde el punto de vista biológico, ese es el sino de cualquier ser vivo foráneo en un ambiente nuevo. Ese efecto polarizador permite asegurar el éxito del neófito y el mestizaje de las especies, no solo del Homo sapiens, no seamos egocéntricos. También lo vemos en los animales que nos acompañan, perros, gatos y otros más donde podemos contemplar la gran diversidad de razas. Contaron, además, sobre el bizarro visitante que era muy atractivo, secuestradoramente bello. Y así lo pude comprobar cuando lo contemplé en las primeras imágenes que me mostraron con él en primer término. Pero aquellas personas que presumían de conocerlo mejor aseguraban que era incluso mejor en su intimidad. Que su interior era inmensamente más rico, y más evocador que su magnífica presencia externa. Y eso lo tornaba extraordinariamente seductor. Para más regodeo, contaban de él que era enormemente extrovertido y que amaba las multitudes; le encantaba exhibirse y buscaba la presencia de cuantos más receptores de su mensaje, mejor. Era el foco de atención de cada grupúsculo que se formara, ya en la calle, ya en los recintos cerrados, ora con niños y jóvenes, ora con adultos y mayores. Es más, sentía especial debilidad por los ancianos y los más vulnerables. Se sentía tan poderoso, tan intocable, tan infalible que, como si un dios advenedizo se tratara, se aprovechó de nuestras debilidades y nuestras miserias, irrumpió en nuestro modelo social, se apoderó de nuestros espacios y nuestro tiempo, e invocó a los poderes ocultos para corromper nuestra esencia racional. Pasado un tiempo llegó a acumular tal poder y ejerció tales niveles de violencia y maldad que redujo nuestra estirpe a los niveles más bajos de la ignominia. Poco tiempo después tuve oportunidad de conocer su identidad real, su verdadero nombre: coronavirus SARS-CoV-2. Posiblemente hayan oído hablar de él. Salud, serenidad y cordura en las próximas fiestas.
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