Desafortunadamente hemos olvidado que nuestras vidas son un viaje accidentado desde que nacemos hasta que morimos. Las rige el azar, la sorpresa y la paradoja. ... El azar, porque dependemos siempre de la suerte. La sorpresa, porque de la noche a la mañana nuestra felicidad y nuestros sueños pueden hundirse, como ha sucedido con esta pandemia. Y la paradoja, porque muchos de los avances científicos que nos permiten enfrentarnos con éxito a los problemas que surgen, pueden volverse contra nosotros mismos.
Incomprensiblemente hemos olvidado que la historia del 'Homo Sapiens' es, ha sido y será, una implacable lucha para sobrevivir y vencer a las devastaciones que nuestra amantísima madre, la Naturaleza, nos envía desde el inicio de los tiempos; ya sean físicas, como los cambios climáticos, sequías, hambrunas, tempestades, huracanes, terremotos, tsunamis, etc. y, sobre todo, las más terribles que materializan sus ejércitos de micro depredadores asesinos, que son las enfermedades infecciosas, las pandemias o como queramos llamarlas, que generan los virus y las bacterias.
No solo recibimos ataques de la naturaleza, sino también, de nuestros queridos hermanos, los seres humanos, hoy día peligrosos macro depredadores que tienden a dominarnos, explotarnos y, si llega el caso, destrozarnos, como sucede con las continuas guerras y enfrentamientos. Su capacidad destructora ha aumentado en los últimos años, gracias al desarrollo de la ciencia y la tecnología que han potenciado los dos peores instintos que anidan en el ser humano: el de la reproducción incontrolada, del que ya nos previno Malthus y no le hicimos caso; y la ambición de poder y de riqueza desmedida, que afecta por igual a hombres y mujeres.
Extraño es que nadie nos haya preparado y tampoco lo hagamos nosotros con nuestros hijos a enfrentarnos al dolor y la muerte. Hemos olvidado que nuestros sistemas físicos, biológicos y ecológicos, cambian constantemente. Pueden acabar con nuestras vidas en cualquier momento, toda vez que «el planeta en que vivimos es una plataforma tan inestable como la cubierta de un frágil barco inmersa en una violenta borrasca».
Resulta un contrasentido que se nos diga que el Estado y la Administración Pública, son los únicos escudos que nos pueden defender con éxito de estas turbaciones. Sin duda que son necesarios y pueden evitar algunos males, pero desgraciadamente van por el camino de convertirse en entes tan depredadores como benefactores. Hoy día, dada la sublimación de las instituciones públicas, cada vez somos más súbditos y menos ciudadanos, sin que podamos pedir responsabilidad alguna a los líderes políticos por sus errores y fracasos. Penosa e ineficaz ha sido la actuación de la mayoría de cuantos nos gobiernan a la hora de afrontar la covid-19 y el tratamiento de la vacuna. Quienes rigen la UE andan más preocupados por el ridículo tema de dónde se sienta la presidenta Ursula von der Leyen, que del desastre que han provocado, que genera miles de muertos y numerosas ruinas de empresas y personas.
Caminamos a la deriva sin saber a dónde vamos ni cómo solucionar los retos pendientes. Ni siquiera se identifican correctamente las bases sobre las que debemos trabajar para resolverlos. Recibimos todo tipo de noticias y afirmaciones falsas, entre ellas la de que los seres humanos somos la causa de que broten las pandemias y afloren los virus, al remover sus nichos ecológicos. Han surgido siempre, incluso cuando no removíamos nada. Con frecuencia podemos leer simplezas tales como que «el planeta arroja pandemias para protegerse de nosotros», como decía recientemente en este periódico un físico y al parecer filósofo en una entrevista a doble página. Somos los humanos los que debemos protegernos de ellas y no al revés. Incluso escritores de prestigio como Thomas Friedman, el famoso columnista de New York Times, que tan solo hace unas décadas alababa el mundo globalizado, ahora se apunta a la nueva 'religión verde'. Se avecina, viene a decir, el Apocalipsis, salvo que cambiemos radicalmente, toda vez que hemos roto el mundo con nuestro actual desarrollo.
Interminable sería la lista de los numerosos gurús y especialistas que se apuntan a estas nuevas tesis, sin que nadie nos diga en qué consiste el 'desarrollo sostenible'. Menos todavía cómo se puede compaginar este nuevo modelo con la necesidad de conseguir un nivel de vida digno para los casi ocho mil millones de personas que habitan en el planeta. Ni tampoco cómo vamos a acabar con la pobreza y crear empleo con un desarrollo 'verde y digital', además de dotar a la gente de una vejez apacible y saludable, en un mundo en el que las personas cada vez viven más años, al mismo tiempo que el número de ociosos empieza a ser superior al de los laboriosos.
Sin duda, nuestro desarrollo es poco sostenible. Hoy día uno de los graves problemas es el cambio climático. Pero no se trata de salvar el planeta al que le da igual que lo calentemos o lo enfriemos, sino de salvarnos nosotros. En definitiva, que no destruyamos el hábitat que nos permite una vida, en principio, aceptable. Para ello, puede que haya que tomar medidas drásticas, pero se deben solucionar también los problemas a los que nos hemos referido. No basta con diagnosticar la enfermedad, hay que curarla. Que sepamos, no es fácil encontrar una vacuna al respecto.
No somos los verdugos de la Naturaleza, sino sus víctimas, al menos por ahora. Tampoco los responsables de que surjan las pandemias, pero sí cómplices de que se propaguen, toda vez que la explosión demográfica, las megaciudades, el consumo desorbitado y la globalización contribuyen a difundirlas.
Complejo y problemático mundo. El futuro que se avecina es inseguro e incierto, sin que veamos la luz al final del túnel. La Revolución Digital en la que andamos inmersos y se nos ha vendido como la gran panacea, traerá impresionantes avances en todos los campos y también enormes desilusiones y frustraciones. De entrada, los macro depredadores, superaremos en capacidad destructivas a los micro depredadores que tanto nos aterran. Se perderán millones de puestos de trabajo y se crearán muy pocos, la mayoría de baja calidad. Estremece la capacidad de control, vigilancia y manipulación que sufriremos los ciudadanos. Mejor no pensar qué supondrán los avances en biotecnología. Y nada bueno augura el desarrollo sin límite de la inteligencia artificial. Si decidimos crear máquinas súper inteligentes que superen nuestras capacidades, puede que sea el último invento que deberíamos haber producido, nos dice Martin Rees en su excelente libro 'En el futuro. Perspectivas para la humanidad'. En ese caso, lo mejor que se puede decir es que «Dios nos coja confesados», aunque no sabemos si creerán en algún ser superior los nuevos humanoides, inorgánicos pero electrónicos.
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