Ahora ya sí es verano
Puerta Real ·
Llegan los desfiles de peregrinos uniformados con camiseta de tirantes y bermudas que marchan de tres en fondo camino de la fortaleza nazaríLa vuelta puntual de San Fermín a todas las pantallas de los telediarios, con Pamplona llena de aprendices de Hemingway y los toros corriendo por ... la calle de la Estafeta camino de la muerte, marca en rojo el inicio del verano con el culto sangriento del tótem ibérico: el ritual de la fiesta del vino, la sangre, el sudor y la fuerza. Ya es verano.
Para quienes han llegado a la orilla del mar y muestran desnuda la espalda para que el sol se lime las uñas en su piel ya es verano. Su principal preocupación matinal es buscar el lugar adecuado para plantar la sombrilla y comprar los churros del desayuno familiar; y después del almuerzo, esperar que el sol trasponga el horizonte para abandonar el refugio de la siesta y tomar por asalto las terrazas a la vera del agua.
Les importan un rábano las negociaciones de Sánchez para formar el nuevo gobierno o los pactos que se han suscrito en los ayuntamientos. Es una medida sana, ya recomendada desde la antigüedad por los curanderos del alma, esta de cambiar de hábitos.
También ya es verano para quienes seguimos embridados al trabajo y asistimos desde primera hora de la mañana, con el cansancio agarrado a los párpados, al desfile de peregrinos que uniformados con camiseta de tirantes, bermudas y zapatillas horteras marchan de tres en fondo camino de la fortaleza nazarí. Hay algunos osados que se salen de la manada y mientras buscan su camino en 'google maps' van pasando sin verla ante la noble fachada de la Chancillería o ante el Corral del Carbón.
Estos viajeros 'tecnológicos' se retratan y nos retratan como si fuéramos habitantes de un parque temático. En realidad, el mundo entero es un parque temático tomado al asalto por las masas, que ya no se rebelan como en tiempos de Ortega y Gasset, sino que marchan sin descanso para hollar hasta la última ensenada perdida en cualquier latitud de los mares y hacerse un 'selfie'. Son viajes que sirven para decir y contar que «yo estuve allí» y dar fe con la foto. Están en lo cierto: estuvieron, vieron, pisaron y se fueron. Así van dejando huella de su paso. Vuelven felices a sus lugares de origen, con la ropa empercudida y el polvo en las chanclas. Mientras, los 'diógenes' de la capital, en la sombra de las terrazas, vestidos de escepticismo y con unas gotas de espuma de cerveza en el bigote, los ven pasar como se mira el paso del tren desde los ventanales del casino de labradores, desde los odres viejos de la memoria donde reposan las imágenes de otros días lejanos, cuando las horas se adormecían en el reloj y la tarde de geranios y dompedros duraba toda una infancia.
El mundo se mueve ahora como antaño lo hacían las merinas que los pastores sorianos del alto Duero guiaban hacia Extremadura. Van en batallones lanares y dóciles, todos juntos, todos apretados hacia el mirador de San Nicolás o el de Carvajales, todos con una botella de agua en la mano, todos llenando el buche a primera hora en el buffet libre para aguantar las caminatas y las lecciones de historia local de los guías: toda va incluido en el viaje soñado por esta gente para la que ya es verano.
Se nota también que es verano porque los tertulianos de la televisión se quedan sin audiencia y sin eco, porque las refriegas entre políticos apenas despiertan interés más allá de alguna chusca anécdota entre los 'emergentes', que llevan más a la chanza que al cabreo. Se nota sobre todo que ha llegado el verano porque en los centros de salud, en los autobuses y en la cola del pan se habla de lo que cuesta un apartamento con dos habitaciones en Cotobro durante diez días, o porque te ponen al día de los nuevos bares que se abren y de las tiendas que se cierran. La gente habla del calor, del tráfico, de la contaminación y del precio de los tomates que ya no saben como los de antes.
El verano es gazpacho y galbana, higos y helados, ensaladas y espetos, sudor y sangrías, melones y moragas, atascos y arena, amores y ausencias. Es el que deja a las ranas sin agua en las charcas, el que funde los plomos de la mente y congela el criterio, el que da vacaciones al viento y frena las lluvias. Es el mismo que hacía madurar los higos para alimentar a los filósofos presocráticos y el que impulsaba el vigor de las parras del padre Noé. La sola palabra de verano hace que el teclado del ordenador huela a sal y suene a sol y barbacoa, a sombrillas y algas, a medusas y espuma en el rebalaje. Es como un alivio del luto del trabajo, como un descansillo en la escalera que nos eleva hacia el infierno de la vejez, donde la vía láctea ya no es el camino de Santiago, sino el último portillo de la vida. Y pese a todo, seguimos deseando su llegada y que dure más tiempo que la mili y los duelos de antaño.
Ya está aquí el verano, que ha venido montado en el AVE, el tren de vuelo rasante que pierde fuelle cuando llega a Antequera y en su último tramo rinde homenaje al tren de Miguel Ríos, el que iba muy despacio y había mucho tiempo para llegar. Verano y AVE: no se admiten quejas, porque Granada es única y no hay que darle vueltas.
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