Lo que ha venido para quedarse y lo que no
Decíamos que íbamos a salir mejor de ésta. Y uno soñaba con que esa presión también hubiera llegado para quedarse. Pero está visto que era un espejismo emocional, sin duda provocado por la desazón de ver las calles vacías y los tanatorios llenos
Domingo, 27 de junio 2021, 00:24
Con la pandemia ocasionada por la covid-19 han sido muchas las cosas a las que se ha atribuido su condición de implantación permanente en ... los contextos actual y futuro de nuestra sociedad. Dicho de otro modo, que han venido para quedarse, vamos. Entre otras, la propia expresión que parece que ya es moneda de cambio, porque todo el mundo la ha integrado en su jerga diaria y la maneja a su antojo como si de un billete de cinco euros se tratara.
Ha venido para quedarse el propio virus. Y sí, es verdad que, gracias a la audacia del mundo científico y con el apoyo de los países que se habían concienciado y habían dimensionado la magnitud real del problema, en este momento disponemos de un antídoto, la vacuna, que está ayudando a paliar los estragos que ha causado esta pandemia. Pero no es el momento de recordar lo sufrido como algo pretérito y olvidarnos de ello para siempre; hay que aceptar que la amenaza del virus aún está muy presente a nivel mundial. Y eso hace que, por lo pronto, no nos libraremos de él ni en el presente, ni en el futuro inmediato. No nos olvidemos tampoco de que llevamos algunos años en los que los gurús de la política, de la economía, de la sociedad civil, y de no sé cuántos más ámbitos colectivos, nos habían asegurado que el mundo estaba globalizado, y que nunca tanto como hasta ahora el efecto mariposa nos había demostrado que un virus que, supuestamente comienza su aventura en, pongamos por caso, Wuhan (China), es capaz de, 20 meses más tarde, tener en vilo a todo el orbe terrestre.
Es muy probable que un uso más generalizado de la mascarilla haya venido para quedarse (aunque ahora nos estamos debatiendo sobre si quitárnosla o no). Así ocurre en otros países asiáticos donde, por norma, cuando alguien entra en un recinto cerrado se coloca inmediatamente ese prodigioso adminículo que estos últimos meses nos ha librado no solo de la covid-19, sino también de la gripe, de unos cuantos contagios de diversa índole, o de los síntomas más incómodos de las numerosas alergias que se suceden a lo largo del año. La mascarilla se queda; con mayor o menor uso, la tendremos a mano en nuestros armarios y nuestros percheros.
Posiblemente, también ha venido para quedarse el tardeo, esa filosofía hedonista que nos recuerda al villancico de Juan del Encina que, allá por el siglo XVI, ya nos declamaba aquello de «Hoy comamos y bebamos / y cantemos y holguemos, / que mañana ayunaremos». Imagino que en nuestro presente esto es así por si, por alguna extraña razón que nadie se espera, todo se repite y nos tenemos que confinar de nuevo en nuestros domicilios. Y hablando de ocio, qué gran iniciativa esa de ofertar en los negocios de hostelería los menús y las cartas de comida en formato electrónico para evitar los ídem impresos. Si se consolida, será un ahorro de papel y plástico que todos agradeceremos. Claro que, siempre habrá quien haga cálculos complicadísimos para aseverar que el uso de los móviles para esos menesteres produce más contaminación y daña más al medio ambiente que imprimir miles y miles de panfletos gastronómicos.
Y ha venido para quedarse la consolidación de la clase política más incompetente que haya poblado la piel de toro, incluidas islas. Aunque esto último quizás no lo tengo aún tan claro. No hay más que ver los numerosos procesos judiciales abiertos, las sentencias dictadas y la población penitenciaria, para comprobar que esa pandemia de políticos nefastos ya estaba aquí, pero que nunca nos habíamos dado cuenta de a dónde podía llegar su ominosa actuación hasta que nuestros hospitales se han visto abarrotados de enfermos; nuestro idolatrado personal sanitario, agotado por la sobrecarga emocional y física; y nuestro cuerpo de científicos, impotente para impulsar de manera competitiva líneas de investigación de apoyo a ésta y futuras pandemias.
Decíamos que íbamos a salir mejor de ésta. Y uno soñaba con que esa expresión también hubiera llegado para quedarse. Pero está visto que era un espejismo emocional, sin duda provocado por la desazón de ver las calles vacías y los tanatorios llenos. La insolidaridad, el incivismo y el yoísmo ya estaban, como los políticos ineptos, pero parece haberse acentuado en aquellos que ya padecían esa sintomatología múltiple. Y es muy posible que hayan contagiado a otros que no usaron en su momento la mascarilla anti-zafiedad.
Podría quedarse el teletrabajo, tal cual ha funcionado en muchos gremios. Me consta que es una fórmula que, aunque invita a trabajar más tiempo y, posiblemente, con más intensidad, al menos uno está en casa. Las empresas que lo han puesto en práctica seguro que han ahorrado en electricidad, dietas y viajes de los empleados y en muchos otros conceptos. Para la Administración pública, incluidos juzgados, universidades, oficinas de hacienda, etcétera, ha debido suponer un gran ahorro también. Y se han arbitrado una serie de iniciativas (comisiones, comités, tribunales y otros) que han funcionado estupendamente y que bien podrían mantenerse en el tiempo. Pero es verdad que, por lo general, ha sido a costa de los empleados públicos, que han tenido que adaptar sus casas a unas mínimas condiciones laborales, aunque precarias, pagándolo del propio bolsillo. No obstante, creo que habría que estudiar la opción del teletrabajo seriamente.
Y sí, estoy seguro de que ha venido para quedarse el ejemplo de entrega, audacia y eficacia de tres grupos profesionales ante los que hay que quitarse el sombrero. Quizás ya no queden palabras para ensalzar el enorme esfuerzo del personal sanitario desde que comenzaron nuestras tribulaciones allá por marzo de 2020. O para valorar en su debida medida cómo nuestros docentes de Primaria y Secundaria han mantenido a nuestros hijos en sus respectivos centros educativos, algo casi exclusivo a nivel mundial. Y no ha sido tampoco desdeñable la labor del mundo científico, capaz de desarrollar un buen número de eficientes vacunas en un tiempo récord. Viendo cómo han funcionado estos tres sectores, a los que solo los ha movido una fuerza interior propia de nuestra especie, no sería aventurado pensar en que siempre nos quedará tiempo para la esperanza.
Todos los que están y seguirán muriendo a causa de esta pandemia, los que están padeciendo las muchas secuelas físicas, fisiológicas, funcionales, o psíquicas que está provocando, merecen un respeto, merecen que no nos olvidemos de ellos. Porque al final, todos los que aquí hemos llegado ha sido porque hemos venido para vivir este mundo dentro de nuestras posibilidades y nuestras capacidades, que no para quedarnos.
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