Cada vez tengo más trato con los gasolineros de Mancha Real. Antes echaba gasoil una vez a la semana. Con veinticinco euros iba que ardía ... para los trayectos de lunes a viernes. Esta mañana el litro estaba a dos euros y diez céntimos. Delante de mí un Porsche ha llenado el depósito. Ha salido quemando ruedas con rugido de Fórmula I. La operaria, cómplice, «ahí van muchos caballos», mientras me descontaba veinte céntimos por litro. No me he quejado porque, aunque sea injusto, yo soy un privilegiado. Al matrimonio joven que se mudó al pueblo por los precios más bajos de la vivienda, la rebaja se le antoja insuficiente. Máxime ahora que con la subida de los tipos de interés la hipoteca le ha pegado otro mordisco a su cuenta de ahorros. La paternidad la han pospuesto hasta que la economía mejore. Confiar en que el reparto de las ayudas sea más equitativo es una quimera.
En la salida de la autovía la Guardia Civil había puesto el tenderete de multar. Un radar en una recta limitada a sesenta. Todos los conductores sobrepasamos la velocidad estipulada. Conocedor de donde están las trampas de cazar osos, al ver una sombra sospechosa he pisado el freno. Por los pelos.
Sin embargo, el deportivo antes citado era carne de cañón. Aparcado en el arcén la conductora no se molestaba en protestar. Supongo que con el poder adquisitivo que permite un coche así las multas por exceso de velocidad están tan asumidas como el hecho de gastar quince litros a los cien. Una multa tal a mí me trastoca el mes. A la pareja supra dicta la hunde en la miseria.
Las medidas globales no son progresistas. Por el contrario, acentúan la injusticia. Esto de la bonificación gasolinera es filfa. Como aquella ocurrencia del cheque-bebé de Zapatero. Cantidad fija para cada nacimiento al margen de los ingresos de los progenitores. A unos les arreglaba el asunto de los pañales una temporada. A otros les servía para sufragar parcialmente el 'lunch' que ofrecían a familiares y amigos tras el bautizo.
Con la solución a tamaño despropósito contributivo burbujeando en mi mente he llamado a mi asesor fiscal, mi hermano Ismael, azote de corruptos en su despacho de Hacienda. «¿Qué posibilidad hay de que las multas y las ayudas gubernamentales, como ésta de la gasolina, se ajusten proporcionalmente según la declaración de la renta?». Me ha contestado dantesco con la Divina Comedia, «lasciate ogni speranza (perded toda esperanza)». Que si los inspectores no dan abasto. Que hay autónomos -generalmente los de mayores ingresos- que se desgravan el móvil, el café del desayuno y hasta los vermús del aperitivo. Que hay ingentes bolsas de fraude. Lo he interrumpido. Mi idealismo de que pague más quien más tiene y reciba más quien menos ingresa se ha evaporado cual sueño de una noche de verano.
En la vuelta habían cazado nuevamente al deportivo de marras. Que se joda. A los utilitarios que me he cruzado les he echado las luces. No me he convertido en Robin Hood, pero una cierta satisfacción no me la ha quitado nadie.
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