Vecindarios molestos
Puerta Real ·
Desde hace meses un amigo está soportando los ruidos y estruendos, a las horas más intempestivas, que produce el vecino de arriba, un ocupaMaría Dolores Fernández Fígares
Miércoles, 18 de septiembre 2019, 00:18
Mi amigo vive en un piso suyo, que forma parte de una comunidad de propietarios que, por lo general, tienen alquilados los apartamentos. Desde hace ... meses está soportando los ruidos y estruendos, a las horas más intempestivas, que produce el vecino de arriba: se emborracha y da voces, monta fiestas con música a toda pastilla hasta las tantas, a veces actos violentos... Como si en el resto del edificio no vivieran otras personas que necesitan descansar y estar tranquilos, en un barrio que lo es, si no fuera por dicho energúmeno.
Sucede que el tal vecino es en realidad un ocupa, pues desde hace meses no paga el alquiler. A pesar de las continuas quejas de otros vecinos que también soportan las trifulcas, el propietario del apartamento ocupado se desentiende del problema pues él debe dormir a pierna suelta en otro edificio y al parecer no le importa que el sujeto le deba meses de alquileres, porque tendrá otros que le compensan. Y los vecinos tampoco se atreven a denunciar al alborotador porque le temen, dada su conducta bastante violenta. Lo lógico sería que el propietario, ante el impago persistente, buscase una solución, pero es probable que también le tenga miedo y así sigue el ocupa, vociferando a sus anchas, impidiendo el sueño, el estudio, la paz.
Este es un caso extremo y, sin embargo, bastante difícil de solucionar por lo que estamos viendo. Es uno más de los innumerables que se producen cada día. Pueden ser los juerguistas que se ponen a cantar en la calle en la madrugada y no para ofrecer una romántica serenata de las de antes, sino porque su estado etílico no les permite considerar que con sus cantos destemplados están molestando a alguien. O esas avasalladoras comitivas de tontorrones que despiden a algún soltero o soltera y que se creen que a todos los transeúntes nos hacen la misma gracia que a ellos sus bromas, sus disfraces, sus gritos, sus bobadas. Qué decir de las ruedecitas de las maletas de los turistas que entran y salen en los alojamientos turísticos, que en realidad son pisos reciclados y que a lo mejor se creen que son los únicos que habitan los inmuebles, que allí no vive gente. O de esos músicos o cantantes callejeros que se plantan debajo de la ventana de quien está intentando preparar un examen. O esos niños chillones, que sus padres 'sueltan' en el patio central del edificio, donde hay personas preparando oposiciones, o abogados preparando un caso para el día siguiente, o profesores preparando sus clases…
No pretendo hacer un catálogo de incomodidades vecinales y, además, me temo que muchos de mis lectores saben de qué hablo por experiencia propia. Comprobamos con dolor cómo las buenas maneras están desapareciendo, pues todo esto se solucionaría con más educación y menos chulería de creerse el centro del mundo, que tiene la obligación de aguantar a los desconsiderados. Con un poco más de empatía y no querer para los demás lo que no quieres para ti. Pero esa es otra larga historia.
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