La vacuna social
Esa característica que se nos atribuía acerca de que el hombre es un ser social por naturaleza se había desmoronado como un castillo de arena, se había desvanecido como una nube en el cielo de la vanidad
josé manuel palma
Domingo, 22 de noviembre 2020, 00:45
Se anuncian estos días dos vacunas frente a la Covid-19 que están revolucionando el monstruo emocional que cada uno llevamos dentro. Ambas han sido ... preparadas por sendas empresas biotecnológicas estadounidenses, Moderna y Pfizer. Ésta última, dicho sea de paso, co-patrocina, junto con la Universidad de Granada y la Junta de Andalucía, el centro de Genómica e Investigación Oncológica, Genyo, ubicado en el PTS. Las dos vacunas han sido obtenidas a partir del ARN (ácido ribonucleico) del virus, o sea el material genético que gobierna su régimen vital, y sus creadores prometen para ambas alrededor de un 95% de efectividad. La que posiblemente tenga más impacto en el ámbito europeo, por su inmediatez y por la mayor disponibilidad del número de dosis, será la ofrecida por Pfizer, que estará disponible a partir de comienzos del próximo año. Una vacuna que podríamos catalogar de europea, ya que ha sido financiada con fondos del viejo continente. Cosas de la globalización científica. Serán necesarias dos dosis de dichas 'pociones mágicas' para que surtan efecto frente al coronavirus, aunque todavía Pfizer tiene que gestionar cómo manipularla en el transporte y en los dispensarios públicos, ya que requiere que esté a unos 70º-80º bajo cero para que no se inactive. Algo que se perfeccionará en los próximos días seguramente.
El comunicado de sendos acontecimientos científicos ha disparado las bolsas hacia arriba, en porcentajes no conocidos desde hace mucho tiempo. Es curioso ver cómo la biomedicina ejerce un efecto tan notorio en los vaivenes bursátiles, lo que ha permitido que los directivos de ambas farmacéuticas se estén embolsando unos cuantos millones al vender parte de las acciones de sus respectivas empresas. En realidad, lo que hay que destacar es que esto es una magnífica noticia que nos hace creer en el trabajo en equipo de los científicos, y en que dedicar nuestros impuestos a fines benéficos puede tener su recompensa social. Es justo recalcar que parte de la investigación que se está realizando por empresas privadas en busca de vacunas frente al coronavirus está financiada con fondos públicos.
Si todo va como se anuncia, la vacuna de Pfizer va a permitir inmunizar en nuestro país a, al menos, diez millones de personas en una primera oleada de inoculaciones preventivas. Eso, sumado a las que posteriormente se vacunen con la de Moderna, y a las ya inmunizadas de manera natural a través del contagio con el propio virus, nos acercará al porcentaje de inmunización de grupo/rebaño que ansían muchos gestores de la cosa pública, ante su inoperancia y pasividad para acometer de forma seria este problema que ahora nos acucia. Todo ello va a incidir en la recuperación económica que todos soñamos como punto final de esta pesadilla.
Fantástico. Pero aún queda mucho camino por recorrer. No sólo desde el punto de vista de los protocolos científicos y sanitarios que han de cumplirse para que la vacunación sea eficiente, fiable, segura, y sin efectos secundarios. Sino también desde la perspectiva de cómo hay que considerar estratégicamente la gestión de la inmunización frente a la Covid-19 y frente a otras posibles pandemias venideras. Hay que pensar que los animales de nuestro entorno albergan cientos de miles de tipos de virus que, como la Covid-19, pueden saltar a la especie humana y provocarnos otro desastre. Y, para ello, deberíamos aprender no sólo a fabricar vacunas sanitarias, sino también vacunas sociales. Me explico. Cuando nuestra tribulación comenzó allá por el mes de marzo, todos decíamos que íbamos a salir mejores de esta pandemia, más fuertes, más solidarios, más de todo. Nuestros balcones se llenaron de aplausos, y las tiendas y supermercados de primeras necesidades, de cortesía y buenos modales. Sin embargo, las calles, prácticamente vacías, eran testigo y acogían la sombra de la humillación que nos había infligido nuestra soberbia como raza humana. Nuestro modelo social había sufrido un serio varapalo. Esa característica que se nos atribuía acerca de que el hombre es un ser social por naturaleza se había desmoronado como un castillo de arena, se había desvanecido como una nube en el cielo de la vanidad.
Como dijo aquel sabio filósofo (parece un pleonasmo, pero no lo es), la sociedad es como un cuerpo, donde cada tejido, cada órgano, cada miembro, es imprescindible y todos se complementan. Y no me hagan decir a qué sector social corresponde el cerebro y a cuál el ano, ni cuál de ellos es más imprescindible. Porque al mismo fin ineludible llevan la disfunción de uno y la cerrazón del otro.
Cuando una parte de nuestro cuerpo deja de funcionar repercute en el resto. Y cualquier mínimo dolor, molestia, infección, etc., nos provoca malestar, ya que el cuerpo se ha conformado evolutivamente para operar de la manera más óptima. La analogía con el cuerpo nos invita a pensar en que todos los órganos sociales han de articularse para que se componga una hermosa melodía cívica. ¿Es eso lo que hemos detectado desde los confines de marzo de 2020 hasta hoy día? ¿Funcionan bien todos nuestros miembros sociales? ¿No será que hemos sufrido alguna patología, alguna enfermedad y no nos hemos dado cuenta? ¿Nos hemos mantenido indiferentes a la misma? ¿Se nos ha quedado afectado el cuerpo social? ¿Nos ha dejado alguna secuela? ¿Se nos han olvidado otros desajustes funcionales en nuestro organismo como las migraciones, la violencia de género, los abusos a menores, la brecha y la desigualdad social, la imparable contaminación y otras muchas sintomatologías? ¿Hasta cuándo durará nuestra estulticia, nuestra ceguera, nuestra soberbia? ¿Y es lo deseable que un columnista de medio pelo, como el que suscribe, se ponga a pontificar en un medio sobre qué hacemos de bueno y de malo durante esta pandemia? Muchas preguntas. Esperemos que cuando llegue esa vacuna social sepamos responderlas y obremos en consecuencia, porque lo que tuvimos jamás volveremos a disfrutarlo de la misma manera.
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