Hasta el otro día muchos creíamos que EE UU era una democracia avanzada. Aunque se veía venir, el asalto al Capitolio no lo teníamos previsto, ... aunque aquí ya hubo simulacros de asedio a sedes de la soberanía en Madrid y Barcelona. Está visto que la democracia es volátil y siempre expuesta a ataques. Esta vez se tiñó de sangre y quedará en los anales para descrédito de la todavía primera potencia.
La cosa enlaza con el asunto al que doy continuidad sobre el rumbo de nuestras sociedades y la deriva de las democracias occidentales.
Tras repasar las imágenes de Washington, me pregunto qué pensarán en Moscú, en Pekín o en Caracas. Quizá a algunos peliculeros también se les cae el mito policial americano: Vimos que quienes defendían de la chusma a uno de los faros del mundo libre, eran unos pocos agentes farfullantes y tripudos. Pan comido para la horda. En fin, todo resultó chocante porque no sucedía en una república bananera o caucásica. Lo que nos sitúa ante una disyuntiva histórica que conecta con lo que comentamos.
Sí, hay que tentarse la ropa cuando la democracia se socaba desde dentro de las propias instituciones. Los riesgos son exponenciales si los populistas o antisistema tocan pelo; entonces la democracia tiene un problema, y grave.
Las cornadas a la Constitución revestirán primero un cariz sigiloso, es decir, irán consagrando ideas y prácticas que van arruinando la calidad democrática. Impondrán luego un pensamiento único de corte totalitario con el que pronto comulgaremos todos, bien al modo Goebbels o al de Stalin, que tanto da la piel de cordero que vista el lobo, pues sus efectos deletéreos y métodos persuasivos se diferencian poco.
Los procesos de 'lavado de cerebro' no siempre son subliminales y se reflejan en distintas técnicas de ingeniería social destructiva que aseguran la perpetuación de la doctrina tiránica. De ahí la consigna de guerra civil que lucían los insurrectos del Capitolio o las arengas a 'apretar' contienda de tipos como Torra.
Los rasputines de la propaganda garantizan así escenarios de polarización que vienen de perlas a sus intereses. Y todo ello auxiliado por soportes tecnológicos y de redes que contraponen el albedrío individual a la férrea estructura colectivista. Pone la guinda la panacea mediática de un nuevo 'mundo feliz' donde el sincretismo funcional y la infantilización social, conduce a ese resultado totalitario del que ya nos da ejemplos la Historia. Hasta llego a pensar que esta tendencia 'tristérrima' sea un sino recurrente, una especie de destino fatal al que está abocada la Humanidad de vez en cuando.
Eso sí, el sustrato que nutre ese entramado es siempre la ignorancia. Ella logra votantes a 'piñón fijo', electores cautivos que jamás dudan. Con gente obstinada en errores que nunca se plantean como posibles, se da alas a un populismo irrefrenable y alucinógeno en el que la mentira campa a sus anchas. Por eso creo que el populismo –sea del signo que sea– siempre es reaccionario, pues lo que pretende es regresarnos a la caverna.
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