Los estereotipos se adueñan del espacio público. Ahora resulta que los culpables de nuestros males son seres oscuros, ricachos que fuman puros. Las imágenes de ... la sociedad más difundidas las componen los estereotipos. Son los tópicos que resumen la visión del mundo, lo explican y sirven de modelo. Los clichés adquieren actualmente un insólito protagonismo. Hacen las veces de realidad, la sustituyen.
Por ejemplo, al rojo/progre de toda la vida le gusta pasar por avezado antifranquista, con alguna historia sobre los grises –no importa que sea inverosímil–, siempre afirmando alta conciencia. Debe de mostrar, también, un radicalismo visceral y su odio perenne a la derecha. No importa si el tópico refleja la realidad o no. Lo importante es que tenga coherencia interna y sirva de modelo ejemplar. Para que le admiren.
Está el estereotipo del hombres de derecha consecuente, hecho a sí mismo, estudiando másteres sin parar. Tiene que saber vestir, beber whisky con relajo –el bebedor de clase popular lo hace a la brava– y hablar con displicencia de estos chicos los rojos, pues en su juventud… Lo de menos es que sea un zote, mientras consiga una buena puesta en escena. Si representas el tópico no tienes que preocuparte de la verdad.
La vida social se ha convertido en una confrontación de estereotipos. Los lamentos por cómo los ricos nos roban con la inflación o, en el otro lado, por el rufián socialista metido en el sindicato para ponerse ciego a langostas y mariscos resumen varios imaginarios. No importa cuántos, quiénes y si es cierto, sino la imagen. Las imágenes estereotipadas tienen la función social de asentar las trincheras.
La narrativa independentista catalana está construida sobre tópicos que empiezan con la mujer franquista que en el tren reprochó al buen catalán que hablase catalán, historieta repetidísima que viene a ser la génesis de todo, pese a su trivialidad.
La narrativa estereotipada siempre es unidimensional, el mal en estado puro priva de chuches al buen ciudadano. El tópico se construye sin matices. No necesita validación, se justifica por sí mismo y da cobertura a cualquier reacción.
O el progre sufridor de represiones franquistas. No cuenta que sea a título póstumo, por nacer tras la muerte del dictador. La represión dictatorial es metahistórica y de ella se puede doler cualquiera, atribuyéndola al tardofranquismo.
La imagen estereotipada sustituye a las personas, a los grupos y a lo que sucede. Lo importante es el tópico. Los ciudadanos damos en meros espectadores, pero nos toca sufrirlos. Dada la precariedad de los estereotipos, el discurso público resulta pueril y reiterativo. El debate queda sustituido por monólogos paralelos, llenos de insidias estereotipadas.
Los tópicos son de un simplismo que estremece. Representan antagonismos básicos, que funcionan según el color del cristal. Derecha egoísta y franquista frente a izquierda progresista y solidaria. Izquierda incompetente y enchufista versus centro-derecha eficaz. Monarquía tardofranquista versus república madre de todas las virtudes y soluciones. Y así sucesivamente, sin mayor altura intelectual ni capacidad de resistir un análisis.
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