El tiro al larguero de la Superliga
ANTONIO AGUDO MARTÍN Y ERNESTO MEDINA RINCÓN
Jaén
Sábado, 24 de abril 2021, 14:30
ANTONIO AGUDO MARTÍN
Pasta y goles
No es fútbol, es la pasta gansa. Aquí no se trata de un escudo, de unos colores o una ciudad. Me da la risa floja ... cuando los servidores públicos sueltan los dineros para salvar a un club y dicen: «Lleva el nombre de la ciudad por todo el país». ¡JA! Sólo les interesa que los hinchas locales sigan hinchando las urnas con sus colores. Esto de la Superliga, los equipos galácticos y su relación con el balompié de barrio no me interesa. Son tipos que lo mismo besan un escudo en esta temporada y a la siguiente se van con el rival: ¡fulano cagón, saluda al campeón! Mientras esquivan las cabezas de cerdo que les arrojan a la cancha. Todo muy metafórico. Toma el dinero y corre por la banda que más te pague.
Aún recuerdo cuando aprendí a decir intermedio en varios idiomas. En la tele de los 70 ponían los partidos de fútbol y al llegar el descanso salía un letrero que decía «intervalo, intervalle, pause». Yo iba siempre con los españoles. Era lo obligado, no como ahora que el Paris Sant Germain o el Manchester o el Bayern tienen miles de aficionados patrios si son capaces de golear al Madrid o al Barça. La afición es una devoción. Se es de un club como se es de una cofradía o de un credo. Es cómo la política que se hace ahora en España: cualquier cosa, por mala que sea, es buena para los nuestros si hunde a los contrarios. Todo tiene ideología, hasta el coronavirus y lo de la Superliga no iba a ser menos.
Ahora salen, los populistas con televisión de pago, a defender el fútbol en las eras, los desafíos a 13 goles en el descampado de las afueras y las rivalidades entre solteros y casados y acusan de elitistas a los clubes que quieren sacar más rendimiento económico de filias y fobias mundiales.
Que hagan lo que quieran. Las pocas veces que he estado en un campo de fútbol fue para ver conciertos de Miguel Ríos, Roger Waters o Springsteen. A mí no me cuelan ese gol de la Superliga que ha sido todo un piscinazo, pero conociendo a sus promotores, si le sacaron pelas al desastre del Castor, lo del depósito de gas, también obtendrán rédito de este fiasco que, eso sí, ha sido positivo: ha desbancado a la covid de las primeras páginas por unos días.
ERNESTO MEDINA RINCÓN
Goles sin amor
En mi particular camino de perfección con renuncias impuestas o voluntarias la Superliga era una ocasión pintiparada para dejar de pasar malos ratos con el Equipo del Pueblo -el Atleti, ya saben- y tardíamente darle la razón a mi madre que se espantaba del sufrimiento de sus hijos, «para qué os habré dado estudios si perdéis la cabeza por un partido del fútbol». Mi teoría marxista futbolera de que el Atleti es la vanguardia obrera del balompié frente a los fascistas y el nacionalismo burgués independentista se hubiera ido por la tragona de haberse consumado la creación de la nueva competición en la que íbamos de la mano del enemigo para instalarnos en la Trilateral Deportiva.
El invento ha durado dos días. Ignoro si afortunadamente o por desgracia. Cuando escribo estas líneas -me permitirán este lugar común, pero tenía ya ganas de poder soltarlo en un artículo como si fuera un corresponsal de guerra- los rebeldes han abandonado banderas y posiciones para batirse en desordenada retirada. Contemplo con satisfacción que Florentino Pérez -el Emperador de Chamartín, barrio donde aposenta sus reales el Madrid más rancio y su constructora ACS con tentáculos por doquier- ha quedado en ridículo al punto de emparentarse con Puigdemont en un trasunto del puente aéreo Madrid-Barcelona. Al uno la independencia y al otro el invento deportivo-empresarial les han durado lo que tarda el VAR en revisar un fuera de juego.
Si alguna vez hubo romanticismo en el fútbol, casi había desaparecido por el mercantilismo. El sentimiento puro e idealizado de los aficionados casaba mal con los sueldos de profesionales que a semejanza de los soldados de fortuna se venden al mejor postor. El Bilbao, además de por una atávica ideología de RH negativo, pregonaba que sólo jugaban en sus filas chicarrones de su cantera a los que pudieran pasear en la gabarra por la ría de Nervión como hijos puros de la raza vasca. Ya ni eso.
El fútbol es odiar al equipo de la ciudad vecina, el olor del césped húmedo en primavera o del barro en invierno. La angustia del transistor en que, según anécdota real contada por mi padre, un córner a favor se convierte en gol del rival. Una Liga europea cerrada y televisada en horario de máxima audiencia sin que la afición entone exabruptos al jugador enemigo será algo muy moderno, pero no es fútbol. Que yo quiero gritar como antaño, ¡Hala Jaén! ¡Aúpa Atleti!
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