Los únicos que realmente no tienen tiempo son los muertos. Mientras tanto, para los demás, con sus más y sus menos, hay partida, hay juego. ... Pero, como en el séptimo sello, en medio de un duelo ajedrecista con la muerte, manifiesta y patente y, sin embargo, a la vez, insospechada y latente. Como en quienes frecuentan el bar de doña Rosa en La colmena, que leen, juegan, beben, conversan, sobre unas marmóreas mesas que, sin saberlo, en realidad son mortuorias lápidas vueltas. Visto esto, no es inoportuno el paso del plano de las vivencias y de la exclamación sobre cómo pasa el tiempo, a la interrogación sobre cómo se piensa este y cómo se está viviendo.
Este plus sería el que para algunos marca la diferencia entre vivir como animales o plantas y existir como seres humanos. Si nada puede hacerse ante la marcha inexorable del tiempo que se gasta, algo podríamos hacer interpretándola. Lo que nos sitúa ante la cuestión del sentido del tiempo. Ambos plurales y diversos. El sentido como significado o dirección. El tiempo instantáneo o de una generación. El tiempo universal, cósmico o personal.
No pocos advierten, parece que con gran consenso, de la rapidez acelerada del curso de los acontecimientos. Esta, según Rüdiger Safranski, se habría intensificado con gran tráfico y densidad de sucesos e informaciones, que no dejan de afectarnos y causarnos un sinfín de reacciones. Estaríamos tan habituados que el miedo a no estar conectados, a perdernos lo que sea que pasa fuera, no sería tan extraño ('fomo', acrónimo de 'fear of missing out', le llaman). Menos aún considerando que nuestros atractivos dispositivos de comunicación y sus aplicaciones están diseñados para ser usados multifuncionalmente, constantemente, inercialmente, ¿adictivamente? En un tiempo susceptible de continuidad ininterrumpida no solo cabe estar al corriente de cualquier detalle de cualquiera sino que, cual famosas personalidades con agendas mediáticas que atender y alimentar, podemos (o debemos) manifestar un parecer sobre casi todo; informar de lo hecho o por hacer, mostrar adónde se ha ido o adónde se va. Todo posible en un inmediato directo.
Safranski alerta de la sucesión y colección de episodios que no tienen tiempo de elaboración, de convertirse en experiencia. Contempla el riesgo de la pobreza de una vida que no participa de diversos ritmos y tiempos, carente de atención y cuidado del 'tiempo propio', más allá del sometimiento al tiempo laboral, comercial o de cualquier sistema de tiempo. ¿No existe hoy una cierta penuria compartida y social de este tipo? ¿No tendría algo que ver con ella la 'depresión del domingo'?
La arena del reloj inevitablemente cae de un bulbo a otro y pasa. Preguntarnos, pensar con buen tino, en pos de buen fruto, pasa o no pasa. En el mejor de los casos incluso el sin sentido podría integrarse con un cierto sentido. El del testimonio para acompañar los sin sentidos del prójimo. La impaciencia, la frustración, la rabia, el duelo… no sería imposible que pudieran aminorarse, reencuadrarse, reinterpretarse, ante el paso del tiempo que se medita y se piensa, sin que esto sea ninguna panacea. ¿Por qué no dar a cada tiempo lo que sería suyo? ¿Por qué exigirnos o esperar ya la cosecha en tiempos de labranza o siembra? ¿Por qué comparar nuestros personales tiempos con los tiempos ajenos? ¿Por qué confundir las preocupaciones vacías ante las que no podemos hacer nada con las posibles ocupaciones efectivas que son ciegamente postergadas? ¿Qué es fin, y qué es medio para ese fin, en nuestro existir? El tiempo pasa y se nos pasa. Pero bien pensado, compartido y comunicado, nutre, ilumina, calma.
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