No es Granada tierra fallera, pero el Miércoles de Ceniza vivió su particular 'cremá' en el Realejo y en la calle Obispo Hurtado. Era ya ... noche, cuando el distinguido público del rapero Hasel, arrebatado por la pasión hacia su ídolo, decidió contribuir a la contaminación ambiental, quemando todo lo que tenía a mano, al tiempo que ocasionaba un gasto de 30.000 euros a las arcas municipales y colocaba en números rojos el Ibex de la tolerancia. Quizá sea ésta la señal del cambio de los tiempos, en los que íbamos a salir mejores. No acabo de verlo claro, pero eso de quemar contenedores parece indicar una relación directa entre el contenido de los mismos y el mensaje de las letrillas del rapero: ambos se engloban en el concepto genérico de 'basura orgánica'.
En medio de este gazpacho mental, entre el polen del ciprés, los terremotos que no cesan, la covid que no se va y el resplandor de las hogueras raperas, se ha colado un tuit de Echenique expresando todo su «apoyo a los jóvenes antifascistas que están pidiendo justicia y libertad de expresión en las calles». No sé; quiero pensar que algún muelle del colchón le había desvelado. Ese mismo miércoles, de evidente mal fario, vimos al conde de Galapagar enarbolando en el Congreso el látigo con el que quiere guiar a los medios de comunicación por los carriles de su verdad. El tic, propio de aquellos inmaduros que no pasaron página en la transición, lo ha heredado el vicepresidente y lo saca a pasear de tanto en tanto, sin que el doctor Sánchez se dé por enterado. Iglesias sufre una pulsión interna que le mantiene en perpetua inquietud en tanto no consiga su ministerio de Información 'ad hoc' que le permita hacer restallar la fusta de cuero sobre las espaldas de los plumillas. Esto y el haber llegado tarde a la muerte de Franco son dos de las espinas que tampoco a él le dejan conciliar el sueño. Sigue manteniendo el mantra de que no hay democracia plena en España. Hay que reconocer que todo eso y más lo llevaba en el programa y no miente cuando asusta a los pastueños. Para deleite del personal ese mismo miércoles, presidente y vicepresidente escenificaron un desencuentro de aplausos en el hemiciclo del Congreso, que les quedó muy bien de cara a la galería, y puso el contrapunto a la desolación que anegaba los escaños de la oposición, tras el resultado de las elecciones catalanas.
Total, que el lunes de Carnaval amaneció con desazón y malestar entre la tropa de populares y ciudadanos; siguió con la reivindicación del ministerio de la Verdad por parte del conde podemita, y continuó con la guerrilla urbana de adoquines y gasolina. Para la progresía, como viene siendo habitual, en estos choques los polis siempre son los malos. La Moncloa seguía envuelta en un atronador silencio hasta que al tercer día el presidente se apareció en carne mortal en Mérida para afirmar que es inadmisible el uso de cualquier tipo de violencia en una democracia plena como España. Por si quedaban dudas, Sánchez remachó que «no hay causa, ni lugar, ni situación que pueda justificar el uso de la violencia». Si mantiene lo dicho y cumple el calendario de vacunas, a lo mejor hasta me creo sus palabras. Y si me da un remedio para que los cipreses –esos enhiestos alabarderos verdes, huéspedes de claustros, cementerios y jardines–, no me hagan llorar con su polen, ya ni te cuento. Se me olvidaba: ¡Ya no estamos perimetrados!
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