Mientras tiembla Granada
Crónicas granadinas ·
Cómo escribir de otro tema, por difícil que este sea, cuando toda mi tierra es noticia y noticia en todo el mundoTico Medina
Granada
Sábado, 30 de enero 2021, 23:24
No me va a ser fácil escribir esta crónica en este 'viernes de dolores' en el que, según última noticia, de ahora mismo, sigue temblando ... Granada, ay mi Granada, de la que soy su cronista. Cómo escribir de otro tema, por difícil que este sea, cuando toda mi tierra es noticia y noticia en todo el mundo, aparte del seis a cero en Navalcarnero, y cuando se mueve lo que los pueblos de América le llaman la 'pachamama', de la que he tenido tantas veces que como enviado especial dar cuenta, para la prensa, la radio, la televisión... La 'pachamama' es la Tierra, la madre tierra –en esta ocasión en Granada la madrastra tierra, el padrastro suelo– en los pueblos de América de donde fui durante tiempo su cronista, donde había, quizá cada día, quizá cada noche, una revolución o un cuartelazo siempre que el suelo se te movía.
Primero recuerdo aquella noche inolvidable, madrugada de América, cuando de pronto el hotel Chapultepec de México, piso veinte, se torció de un lado. Primero se produce como un silencio, que te despierta, por más que estés durmiendo. Dejan de ladrar los perros y esa quietud te despierta de un salto y ves, y sobre todo sientes, que todo tu alrededor se mueve, la cama, los muebles, salta el espejo del baño y sabes que, además, aunque estés en un piso veinte, como era mi caso, no debes usar el ascensor, sino bajar a grandes saltos, con lo puesto, por poco que sea. En la escalera una turba de angustiados, de asustados... familias enteras saltando, gritando, llorando…
He tenido que hacer la crónica de muchos terremotos de América, bien que lo recuerdo este mediodía de viernes en el que escribo, atento a lo que está diciendo ahora mismo IDEAL de Granada, mi periódico, que es lo primero que leo cada día. Me atengo también a la larga, larguísima, madrugada donde la palabra más pronunciada, tan granadina, es ¡susto! Pareciendo lo mismo, es bien distinta de miedo, de pánico incluso… ¡Susto! La Vega, que se va juntando, acoplando, ajustando, bajo nuestros pies, acercándonos, al África inmediata a la que nos parecemos tanto… Por cierto, que hoy mismo no sé dónde en las noticias de la larga noche han contado que cada día nos separamos de América me parece que un milímetro, aunque no se note en el mapa.
Aquel terremoto de Nicaragua que destrozó a Managua entera, convertida en un montón de escombros… Los volcanes del Momotombo y Momotombito, a los que subí y bajé pisando la brasa viva entre una humareda de azufre y ceniza. Cuando el poeta Cardenal, inmenso poeta que hace poco se nos ha muerto, me dijo aquello de:
–Nos pasamos el tiempo mirando al cielo, sin querer saber lo que hay bajo nuestros pies. Ese magma, feroz, ese infierno en ebullición, sobre el que vivimos.
Terremoto de El Salvador, ahora, que estos días, se está publicando, actualizando, la condena definitiva a los militares que asesinaron impunemente, vilmente, al cura Ellucuría, aquel misionero jesuita de negro. Una cruz breve de plata en la solapa de la chaqueta, que me entregó en el aeropuerto una carta para el Rey de España, entonces aún, don Juan Carlos, aunque para mí lo sigue siendo.
–Por favor, haga lo posible por entregársela. Si es posible personalmente, que se que va a venir en visita oficial a este país, y debe saber a donde viene.
Poco después lo asesinaron, a él y a otros siete. Aquel feroz comando militar. Ahí, sobre esa mecedora vacía hay una camiseta blanca con una letras negras, de imprenta en las que se lee: «Soy periodista, no dispare».
¡Los sismos militares, los tsunamis! Cuando la tierra se abría de pronto, sobre sí misma, en aquellos aquelarres de los volcanes abiertos. La mujer, en el fondo del agujero en la tierra, que me dijo sentada en el doble suelo, con una niña en los brazos:
–De aquí donde estoy y como no tengo nada de nada, ya no me pueden llevar más bajo.
La Virgen Nuestra Señora de los Meneítos, como la llamaban, de tanto usarla. O cambiando de mapa ahora mismo, aquel de Agadir, para Pueblo, cuando el príncipe Hasán II, aún no rey, me encerró en una especie de cárcel por dos razones tan solo.
Una, porque era español, porque no hizo lo mismo con otros de las revistas París Match o de Life. Sí, conmigo, porque solo era eso, español, y había entrado en la ciudad ya destruida y en cuarentena, cuando ya no se podía entrar. O el de Persia, o la entrevista al español, al granadino de Albolote, que se marchó de su pueblo después de aquel gran terremoto del año no se cuántos, y que luego hizo en Puerto Rico una verdadera fortuna, primero haciendo camisetas para el ejército americano en cualquiera de sus lejanas guerras de oriente, y después uniformes para los atletas olímpicos. Por cierto, me dijo: «Estoy deseando volver a Granada, aunque vuelva a vivir, aquellos días, de hace ya tantos años».
Grietas en la torre de las Gallinas de la Alhambra. Cascotes de los hermosos y blancos áticos de Santa Fe, en la crónica de hoy mismo, abuelas envueltas en las batas de estar en casa que hicieron rico en su día al genio gallego de Amancio Ortega. Granadinas en los parques, empujando valientemente, amorosamente, los cochecitos donde duermen –¿seguro que duermen?– sus niños. Abuelos de cabeza blanca, apoyados en el hombro de sus nietos última generación, con sus chalecos de pluma, que se hacen la misma pregunta, que hasta ahora no se hacían.
No se sabe
Granada terreno sísmico. Se están ajustando las placas, dicen, ¿y hasta cuándo y cómo? ¿Qué se puede hacer y no hay nadie que nos de una explicación? Porque explicación la tiene pero no la pueden dar, porque no la saben, las jóvenes mentes sabias de la geología, las que casi todo lo saben de los mapas del subsuelo…
–Ha habido mas de doscientos, qué digo doscientos, trescientos, movimientos sismológicos, hasta de más de cuatro en la escala de Richter, pero es todo lo que sabemos. Lo que ya ha sido, que lo que pueda venir después.
Y un derroche de sonrisas, y los mapas de las rayas del susto, que tanto se parecen a los arañazos del corazón, incluso hoy, a esta hora viernes por la mañana que escribo esta crónica, que no quiero que sea de otra manera que una página de la actualidad que nadie controla, porque el que la controla, está lejos y además tiene con la pandemia curro y problema para mucho tiempo.
Pero tenía que hacerlo. Iba a titular 'Con los pelos como escarpias' pero no he querido que se me vaya la mano. Estoy medianamente contento porque acabo de leer que quieren arreglar, en cuanto que pase esto, si es que esto pasa algún día, el parque que lleva mi nombre y que necesita unos arreglos de suelo.
Y yo, desde aquí, cada día más cerca, más dentro de Granada, uno más, de esos viejos campesinos que después de tanto como han pasado, ahora lo que están pasando.
–Pero es que ya es demasiado, Escolástico, parece que nos han echado mal de ojo.
–No es que parece, mi viejo amigo, es que la verdad es esta, a ver quién me demuestra lo contrario. El planeta, por no decir de más arriba, está cabreado.
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