Tercio de banderillas
Puerta Real ·
La esperanza viene envasada en botes inyectables, a ochenta grados bajo ceroEsteban de las Heras
Sábado, 2 de enero 2021, 21:54
Hemos aprendido que se pueden tomar las uvas en pijama y que no es necesario gritar el día de la Toma. También hemos sabido que ... se puede convivir con la tristeza y que la distancia no siempre es el olvido. Pero eso no es vivir; es vegetar y pacer como los bueyes que le encendían la rabia a Miguel Hernández. Han sido muchos meses malvividos con el miedo en el alma y el canguelo en el rostro. El recelo, la malicia y el temor han echado raíces en los ojos de la gente, la franja del rostro que nos permite adivinar quién hay detrás de los malditos tapabocas. En esa larga noche de callejones solitarios y sombras funerales que fue el año pasado, nos obligaron a ver la cara oculta de la luna de miel, el envés de la vida, la cruz de los días, las colas del hambre. Y también, la Nochebuena amarga de los camioneros atrapados en suelo inglés. Con Telecinco conocimos que hay islas de tentaciones para emparejar infidelidades, y con Armando Manzanero –antes de que se fuera, herido por el rayo de la Covid–, aprendimos que la semana tiene más de siete días, porque vivir así es una pesadumbre interminable. Desaparecimos de la calle y de los parques igual que había hecho el 'probe Migué', cantado por Esperanza la del Maera, alma de Triana Pura, a la que la vida gastada no le concedió un tiempo de descuento para disfrutar del cariño de la gente. Se fue con sus zarcillos de perlas, gafas oscuras, los lunares de su bata, el pelo tirante y una margarita coronando el moño. Su nombre va a ser el mantra del año. Rebasados los deseos de salud, la esperanza reinará en todos los discursos, los saludos y esos sermones monclovitas, que vienen casi siempre trufados de mentiras.
Hay que sacar ilusión hasta de la bilis. No hay alternativa. Está viniendo esa esperanza en botes inyectables, a ochenta grados bajo cero. Desde hace días, los santos inocentes de las residencias se ofrecen voluntarios –al menos eso dicen los que mandan– para recibir la inyección mágica. Iluso de mí, que confiaba en ver a la terna de Simón, Sánchez e Illa –con Iván Redondo de sobresaliente–, remangada la camisa y la mirada al frente recibiendo a portagayola la fascinante punzada. Era la mayor alegría que nos podían haber dado para enterrar el bisiesto y recibir con alivio el 2021. No ha podido ser. Los primeros que han prestado su brazo a los rehileteros sanitarios, que trabajan a destajo emulando a El Fandi, han sido las buenas gentes que flotan en ese mundo difuso de niebla y sueño, de recuerdos y ausencia de abrazos, de contactos lejanos con el mundo que fue suyo y lo perdieron al cruzar la puerta de las residencias. Se prestan al tercio de banderillas con la docilidad de quien ya ha recibido de la vida todos los palos y sorteado todas las adversidades. Cuando la sombra del pasado se alarga a sus espaldas hasta el infinito y el futuro es más corto que las mangas de un chaleco, el miedo y la esperanza se emparejan. Reciben el rehilete con buen ánimo y salen alegres del embroque. El desfile de las gozosas filas de voluntarios para recibir los garapullos de dardo fino que fabrica Pfizer no va a acabar, como por ensalmo, con las colas del hambre que crecieron a rebufo del virus, pero algo ayudará. Voy a ver cuando nos toca a los que nacimos el 45, el año de la bomba atómica. Tampoco corrían buenos tiempos y salimos adelante.
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