Teoría del papeleo
Puerta Real ·
Es en esta fecha cuando se reactivan las cosas del papelín, ese universo paralelo que bien puede acabar con la sensatez más elementalAquí lo que pasa es que cuando se acerca el mes de marzo empezamos todos a estresarnos mucho con los temas de papeleo y demás. ... Es la alergia, que acaba por ponernos las neuronas en actividad semipasiva, como en fase previa a asumir que llega la primavera y que en Granada no llueven más que insultos de políticos. Y, casualmente, es en esta fecha cuando se reactivan las cosas del papelín, ese universo paralelo que bien puede acabar con la sensatez más elemental. Los que todavía gozamos de ella, por supuesto, que es un don que cada vez escasea más.
Porque el proceso para lograr un certificado, una notita con sello, es más complejo que subir al Veleta en patinete. Por lo tanto, si está usted hundido física y moralmente, bastará con pasarse por cualquier oficina gubernamental y, en menos que canta un gallo, está verificado que puede subir la adrenalina y la tensión hasta límites insospechados. Lo primero será colocarse en la cola adecuada para que nos informen de la fila concreta que se tiene que seguir; a continuación, toca coger un numerito y esperar rezando a que, hartos de esperar, se vayan largando algunos de los que nos preceden en el espinoso y traumático asunto de poner en regla documentos. En ese tiempo, relájese, que con histerismos no se va a ninguna parte y esto hay que tomarlo con una tranquilidad digna del santo Job; de todas maneras, a falta de tan preciada virtud, podemos sustituirla por un valium triple mezclado con valeriana para calmar los instintos más primarios. Mayormente, porque el funcionario no suele tener la culpa.
Después de un par de horas mirando el eterno marcador intermitente, una persona, generalmente cansada o cabreada, le avisará de que es usted un lerdo que se ha equivocado de impreso; que lleva el 231 y era el 312 y que, sin eso, se ponga como se ponga, no hay nada que hacer.
O sea, que a respirar hondo, tratar de conservar la dignidad intacta, cambiar de ventanilla, comprar otro impreso, sacar otro número y de nuevo a la cola; pasadas otras dos horas, y tras la bronca por no rellenar en la página 2, el apartado 16f, sección tercera, casilla de la derecha, cuando pregunte que cuándo estará resuelto su papelito –cuatro líneas y un sello, que no es más– el funcionario, lo mirará filosófico, como echando cuentas, y le soltará que un mes y medio tirando por lo bajo porque hay cinco compañeros de baja por estrés y ellos no dan a basto. Natural, con tanto cambio de normativa, ni el personal de la administración le sigue ya el ritmo a la cosa. Además, que los misterios de la movilidad documental en oficinas oficiales son tan inescrutables como el de la Santísima Trinidad, aunque las mesas estén contiguas. Finalmente, tras respirar hondo para evitar una taquicardia aguda, conviene largarse a casita lentamente, para no romper la dinámica. Únicamente se nos permite pensar que Larra no se equivocaba con aquello de «vuelva usted mañana»; sólo que en este tiempo nuestro, en vez de mañana, lo mejor será regresar en septiembre. Así, por lo menos, al sofoco veraniego no se unirá el que nos va a dar al constatar que, seis meses después, el papelito sigue en precario equilibrio justo donde lo pusieron, pero medio metro más abajo.
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