Los años de 2019 al 2021 pasaran a la historia mundial por el virus asesino que llego de China sin saber cómo. Muchos ciudadanos ya ... ni se cuestionan investigar el origen, porque esta pandemia ha traído otra: proliferan los teleñecos, monigotes sin capacidad crítica. Sin criterio propio. Marionetas que otro maneja. Sin ansias de recuperar la libertad. Es que a estas alturas, junto a tanta muerte en soledad, junto a tanto sufrimiento físico y psicológico, el covid-19 ha sido utilizado por bastantes gobiernos para robar la libertad de pensamiento. Para tapar bocas y no me refiero a la maldita mascarilla sino a silencios cobardes. Para convertir a los ciudadanos pensantes en teleñecos ciegos.
Si se mira bien, esto se percibe. La gente corriente se ha vuelto más dócil, más dada a aceptar lo que antes parecía inaceptable, más manipulable que nunca. Y todo por miedo. Es que el miedo es el elemento más paralizador que existe. Es lo que con más rapidez apesebra a los seres humanos. La historia así lo demuestra. Las grandes injusticias de la humanidad han persistido durante siglos moviendo los hilos del miedo. Baste citar, por su proximidad en el tiempo, la actitud de los judíos frente a leyes nazis tan aberrantes como irracionales: a millones de judíos los mató tener miedo antes de tiempo. A gran parte de la humanidad la ha aniquilado el miedo, de un modo u otro. Porque hay muchas clases de muerte. La real y la psicológica. Por ejemplo, una mujer maltratada y acobardada por el miedo vive realmente muerta, a merced de su verdugo. Un ciudadano sujeto a dictaduras como la venezolana no vive; solo sobrevive. Podríamos seguir hasta el infinito hablando del efecto demoledor del miedo y de cómo los poderosos se aprovechan de esta debilidad para lograr sus fines, porque una clase de miedo muy extendida es precisamente el miedo al poder político, a los gobernantes; ellos, ante situaciones críticas como la actual, nos tienen en sus manos y pueden hacer que, junto al miedo a un virus, a no tener a tiempo su vacuna, a la soledad, surjan otras clases de miedo muy útiles para manipular los hilos que mueven a un teleñeco: miedo al hambre, a la pobreza, a la cárcel, a la guerra y a la muerte; o miedo al fuego eterno en sus infinitas modalidades, que es el que usan las religiones. Algunas, como el Islam, unen política y religión, y así sus miedos llegan al paroxismo. Por eso hay pirados que en nombre de su dios se inmolan, para matar infieles. Es lo que el Corán llama la Guerra Santa. Sí. Hay miles de miedos a los que recurrir para narcotizar a los seres humanos. El coronavirus ha sido otro más. Y vaya que lo han aprovechado bien muchos políticos para recortar libertades y fabricar teleñecos.
Hoy, por ejemplo, no es políticamente correcto llamar a casi nada por su nombre. Ni siquiera está bien visto cuestionarse el origen real del virus que nos mata y acobarda, ni llamarlo chino. Lo conveniente es repartir culpas, disimular errores y ampararse en el fallo de los vecinos. Al fin y al cabo tampoco otros lo hacen del todo bien en lo de gestionar la pandemia. Por supuesto, afirmar lo obvio, que España lo hizo mal, te convierte en sospechoso. Pero la realidad es que llegamos tarde y que minimizamos riesgos cuando el virus ya nos invadía. Que fuimos los primeros en tasas de mortalidad. Fuimos líderes lanzando al aire disparates como que la mascarilla no hacía falta; fuimos famosos por meter la pata cuando se perdían toneladas de material sanitario o se compraban partidas inservibles. Hemos dado fatales ejemplos públicos intentando tapar bocas críticas al poder y aplicado leyes que chocan con la Constitución. Respecto al desastre económico, no cabe en el folio de una columna los errores cometidos, mientras nuestros parlamentarios se dedican a dar un espectáculo bochornoso, y bastantes de los infinitos ministros del gobierno más abultado de una democracia cobran sus sueldos con escaso mérito y nulo provecho social. Sin embargo los ciudadanos, antes tan contestatarios, ahora callan y otorgan; porque el miedo tiene eso. Ellos lo saben y se aprovechan.
El espectáculo de la gestión de vacunas en sus inicios, y los mensajes contradictorios y erráticos que han llegados a la población, es un mero botón de muestra. Respecto a los teleñecos, me gustaría saber a cuántos lectores se los recuerda alguna de las figuras más mediáticas en la gestión de la pandemia. Da risa verlos, y vergüenza. Son parte del paisaje televisivo y sus gracietas con esas olas y 'olitas' del virus apenas si merecen ya algún chiste fácil. Vamos, que si repusieran los teleñecos con ellos tendrían más audiencia que los telediarios. Mientras tanto en las alturas de la política van a lo de siempre: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Por desgracia hemos tenido demasiados muertos inocentes y tenemos demasiados vivos indecentes manejando los hilos de miles de teleñecos invidentes. Se tardará mucho en volver a la normalidad democrática. Es que se ha tarado mentalmente a una parte de la ciudadanía. Esa ingeniería social tolerada la pagaremos cara.
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