Que la ilusión es igual para todos, o eso parece, quedó patente en la imagen de la reina Letizia comprando un cupón. Junto a la ... primera dama surcoreana salía de visitar la ONCE cuando tropezó con un vendedor y adquirió dos números que hacían referencia a la fecha de inicio de las relaciones diplomáticas entre España y Corea del Sur. Mira, qué detallista. Como si tu churri te regala un cupón con el día en el que empezaste a salir con él. Si es que se acuerda, claro.
A la reina no le hace falta comprar un décimo para tener suerte, que ya eligió la suya en el momento en el que decidió casarse con un futuro rey. Pero eso no significa que no maldiga su sino de vez en cuando. Apuesto mi corona del Burger King frente a su diadema prusiana a que hay momentos en los que le entran ganas de dejar de pisar moqueta y patear asfalto. De bajarse del palco y subir al gallinero. De salir de palacio sin tener que hiperproducirse. De discutir con su suegra sin que eso se convierta en asunto de estado. De abandonar la pompa y la circunstancia. De descomponer el rictus regio. Lo ha querido ella, vale: a cambio de encajar golpes en su mentón retocado y pluscuamperfecto, tiene un sueldo Nescafé para toda la vida. Pero también elegí yo ser columnista y aquí estoy, renegando.
Me pregunto que hará Letizia si le toca el cupón. La veo derramándose el champán por el Felipe Varela y diciendo que va a utilizar el dinero para tapar agujeros. Porque más que agujeros tiene socavones, sobre todo los que ha dejado su suegro. Lo mismo cobra el premio, se pone la tiara por montera y se larga a Los Caños de Meca a abrir un chiringuito. La suerte de la plebeya, la reina la desea. Aunque solo sea cada vez que lee a Peñafiel.
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