Vivimos en medio de un tremendo torbellino de información donde las verdades se mezclan con las noticias falsas, falsas verdades, y verdades a medias; lo ... que diluye nuestro discernimiento más que nunca. Por eso me inquieta especialmente cómo renunciar a una postura o renunciar y asimilar un razonamiento contrario a uno anteriormente establecido, es un proceso que puede resultar desafiante para nuestro modo de pensar. Cambiar de opinión no está bien visto. Cuando alguien cambia de idea, lo vemos como una falta de coherencia, en lugar de como un ejercicio de rigor. Me estoy acordando de ese dicho 'sostenella y no enmendalla' de los viejos romances de caballeros, que por ejemplo encontramos en Las mocedades del Cid, de Guillén de Castro (siglo XVII), que representa la actitud y el concepto del honor de los antiguos hidalgos que una vez que habían desenvainado la espada por cualquier agravio o disputa, aunque se hubieran equivocado, no tenían más remedio que sostenerla y usarla hasta el final, bajo pena de quedar en entredicho. Y de alguna manera aquel concepto del orgullo pervive, no tan vehementemente, claro, pero sí con obstinado carácter.
¿Por qué nos cuesta tanto retractarnos, desistir de algo que hemos dicho o mantenido? ¿Por qué nos cuesta tanto cambiar de opinión? Desde luego que cotidianamente mudamos de criterios, pero hay muchas cuestiones que nos obstinamos en defender a toda costa sabiendo de antemano que estamos equivocados, o que no las hemos contrastado. Con frecuencia se ignoran los hechos porque no se adaptan a lo que pensamos. La verdad no siempre importa. Y es que los humanos construimos un relato personal muy simbólico y necesitamos que las piezas encajen en él. Por eso, los datos comprobados convencen menos que los mensajes emocionales
León Tolstoi escribió: «Los temas más difíciles pueden explicarse al hombre más torpe si no se ha formado ya una idea de ellos; pero la cosa más sencilla no puede aclararse al hombre más inteligente si está firmemente persuadido de que ya sabe, sin ninguna sombra de duda, lo que se le presenta». Entender la verdad de una situación es importante, pero también para el ser humano lo es mantener una determinada posición en el entorno, o respecto a su universo simbólico. Nos aferramos a falsas creencias, que pueden ser útiles en un sentido social, aunque no lo sean en un sentido fáctico. La mayoría de la gente discute para ganar, no para aprender. Leía hace poco, y me gustó la imagen, que a menudo actuamos como soldados (buscando la 'derrota' del otro, nuestro prestigio), en vez de como exploradores, con la fuerza motriz de la duda y la curiosidad.
Decía Mark Twain que es más fácil engañar a alguien, que convencerle de que ha sido engañado. Pero ya lo decía Eduardo Punset, que pese a la reticencia natural de las personas a reconocer y rectificar errores, el cerebro humano puede y necesita cambiar de opinión para evolucionar. Realmente la contradicción es el motor de la razón humana. Por eso la frase «rectificar es de sabios» debería ser algo más que una excusa que empleamos cuando nos sorprenden en un error que no podemos replicar.
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