Al Gobierno le gusta proponer soluciones sencillas a problemas complejos. Estamos en una crisis de una hondura aún desconocida, pero todo es dicha porque los ... fondos europeos nos permitirán hacer transiciones ecológicas y revoluciones digitales, aunque nadie sepa bien a qué se refieren estos mantras.
Otrosí: tenemos el mayor problema constitucional de nuestra historia democrática, por el desafío del independentismo a la convivencia, y todo lo arreglará indultando a quienes agredieron a la democracia.
Los problemas pasan a plantearse de forma simple, como el huevo de Colón. Quien no los vea así queda como un bobo. O como alguien interesado en no enterarse, o como la causa de que todo vaya mal. De creer al Gobierno, todos los males nos vienen del PP. Ábalos –¡que es ministro!– le localiza culpas por doquier. La mente de este hombree no parece compleja: divide el mundo entre culpables e inocentes, la 'progresía' gubernamental.
Lo importante no es la enjundia del problema, sino enunciar la solución. Esta llega definida por unas ideologías que hoy no destacan por su lucidez, sino por la simplificación argumental. Proporcionan una colección de soluciones drásticas: subir el salario mínimo, eliminar contratos temporales, expropiar ricos, declarar superada la pandemia... Gustan las ultrasoluciones, soluciones radicales cuya aplicación suele ser la mejor forma de que un problema se convierta en irresoluble. No son respuestas a los problemas que existen, sino proyectos que lo solucionarían todo, para siempre. Lo más desconcertante del tratamiento de la cuestión catalana es el convencimiento de que van hacia la solución definitiva. Sería sorprendente descubrir que todo podía resolverse gracias a pactos para mantenerse en el gobierno a cualquier costo.
Al parecer, subyace la satisfacción por sobrevivir en una situación de inestabilidad extrema. Está provocando la sensación de irrealidad, en la que se cree en soluciones mágicas.
Ni siquiera hay sentido del ridículo, cuando se visualiza la distancia sideral entre la propaganda y la realidad. «Por fin España recupera la posición internacional que se merece», venía explicando este Gobierno, y nos llega el bochorno del 'paseo' de medio minuto en el que Sánchez dirige a un par de frases a Biden, que muestra una indiferencia aplastante. Eso, tras unos días de autobombo sobre la gesta diplomática para conseguir un encuentro bilateral.
Para completar el desaguisado, Sánchez explica lo que hablaron en tan breve trance: los lazos militares, Latinoamérica, los problemas migratorios y económicos durante la pandemia, la agenda progresista… Sería por vía telepática.
La fantasía se ha apoderado del Gobierno, que sustituye la realidad por sus quimeras, incluso cuando hay pruebas visuales de cómo han sucedido las cosas.
Presos del realismo mágico, quedamos a merced del azar. La única esperanza de que, por ejemplo, los indultos no acaben fatal reside en la probada torpeza de los independentistas. Sin embargo, al ver el paseíllo de Sánchez en la OTAN quizás han caído en la cuenta de que se las ponen como a Fernando VII, pues su contraparte ha despegado y vive en un mundo virtual.
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