Soledad es una palabra que tiene su sonoridad. Incluso hubo una canción que se popularizó pronto y que repetía el término en una melodía muy ... pegadiza. Yo tengo una amiga con ese nombre –me parece muy bonito, por otra parte–, pero ella se hace llamar Marisol.
Pero en este caso no voy a comentar ni canciones ni nombres de mujer. El asunto tiene que ver con una modalidad de vida en la que se encuentran en Almería más de sesenta mil personas. Que se dice pronto. Además, es una cifra que se ha multiplicado por tres en los últimos treinta años. Yo lo he sabido por el trabajo que publicó José Ahumada el otro día en IDEAL y del que he tomado los datos que comentaré en este artículo.
El caso es que, como tantas cosas en la vida, la soledad tiene dos caras: una positiva y otra no deseada. En la positiva se sitúan los jóvenes que han elegido este modo de vida porque les resulta más cómodo. Recuerde usted aquello de 'buey solo, bien se lame'. Indudablemente, el estar solo te da independencia absoluta, solo limitada por los requerimientos sociales colectivos (no piense usted solo en Hacienda). De modo que nadie te dice qué corbata tienes que ponerte, a qué hora has de almorzar o a donde debes ir para pasar unos días de descanso. En esta situación están muchas personas solteras, divorciadas o separadas. También algunos viudos o viudas jóvenes.
El problema lo veo yo cuando la persona tiene ya una edad, no digamos nada cuando es mayor. Porque, se diga lo que se diga, compartir la vida con alguien tiene muchas ventajas a la hora de necesitar ayuda. Desde la física a la afectiva. Pensemos, por ejemplo, en una necesidad básica: conversar. Por descontado, sentirse enfermo estando solo debe de ser algo tremendo (a pesar de los teléfonos móviles y el famoso 'botón rojo').
Pero hay más: los expertos aseguran que la situación de soledad entre los mayores tiene algunos inconvenientes serios: merma de las capacidades intelectuales, disminución de la resistencia al esfuerzo y aumento de la tensión emocional. Además de que se controlan peor los impulsos y disminuyen las defensas inmunitarias. Asuntos serios, como se puede apreciar. Y, por si fuera poco, los mayores que viven en soledad tienen menos esperanza de vida. Es lo que asegura el psiquiatra Baltasar Rodero.
En fin, no hay que alarmarse demasiado: la mitad de los que viven solos lo hacen porque prefieren ese modo de vida y son gente joven. Muchos de ellos son divorciados o solteros. Parece ser, por otra parte, que los matrimonios duran ahora menos que antes y, frente al modelo de familia tradicional (ya sabe: padre, madre, hijos), ahora están proliferando otras fórmulas con menor densidad de población en el hogar.
Es curioso también que, entre la gente joven que elige vivir sola, hay mayoría de hombres. Por el contrario, entre los mayores, el porcentaje de mujeres es muy superior al de los varones. Y, aparte de que suelen enviudar más mujeres que hombres, creo yo que las mujeres se defienden en soledad mejor que los hombres. Así es en los de mi generación, menos acostumbrados –entre otras cosas– a las tareas del hogar.
En todo caso, me parece a mí que no está hecho el hombre para vivir en soledad. Algo así se dice en un libro que es el más leído de la historia.
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