«Somos una sociedad madura? Parece ser que sí. En esto hay consenso. Todos lo afirman con rotundidad. Casado asegura que «somos una sociedad madura ... que ha logrado cosas extraordinarias», vete a saber cuáles. «Somos una sociedad moderna, aunque le pese al Gobierno», sugiere Abascal insidioso. Pero el Gobierno no se queda atrás: el PSOE asegura que se dirige «a una sociedad madura con propuestas y soluciones», ahí es nada. La parte podemita del mando no digamos, puesto que Podemos llegó al mundo asegurando que «España tiene una sociedad civil madura», en lo que veían su capacidad de prosperar: atinaron. El PNV considera que la nuestra es una sociedad «occidental y madura» (además de vasca por la parte que le toca) y para las huestes de Bildu la madurez es una seña de identidad, pues creen que estamos en una sociedad suficientemente madura para asumir el relato según el cual los terroristas eran buenos chicos. De los catalanes, ni hablemos: están obsesionados con la madurez. Los independentistas creen que Cataluña está madura para tomar sus decisiones y que lo propio de una sociedad madura es que admita referéndums.
Todos de acuerdo: hemos madurado. O sea, que hemos alcanzado la capacidad mental propia de una persona adulta, que es la acepción del diccionario que mejor se ajusta al caso.
También vale la definición según la cual madura es una persona que ha dejado de ser joven pero no ha llegado a la vejez, ese estado intermedio. La satisfacción unánime por nuestra madurez conlleva una peculiar lectura de nuestro pasado reciente, la imagen de que hace un tiempo nuestros comportamientos eran pueriles e irreflexivos. En las versiones más echadas al monte, fue por eso que en la transición nos la jugaron con el truco de la reconciliación nacional.
Hace cuarenta años, por aquella época, ya nos considerábamos maduros. No cuela esta sugerencia retrospectiva por la que éramos infantiles y ahora los nuevos guías (superlistos) nos traen la madurez.
Queda la duda de si el calificativo 'maduro' es un diagnóstico o un desiderátum. Todos nos consideran maduros, pero cada uno lo entiende como quiere. En general, la madurez que nos atribuyen va asociada a que los ciudadanos asuman las propuestas del orador, por muy atrabiliarias que sean. Por ejemplo, viene a decirse que nos considerarán maduros del todo cuando asumamos el discurso independentista o de Bildu. De momento somos «suficientemente maduros», en grado de tentativa.
El dictamen de la madurez viene a ser otro truco retórico. Nos dicen maduros para ver si asumimos sus propuestas. Si comprueban que no estamos por la labor, nos quitan el título.
Discrepan sobre las razones por las que nos consideran maduros: algo no encaja. A lo mejor somos maduros, pero no lo son quienes lo asocian con rarezas. No se les ve muy convencidos de nuestra madurez, si tienen que usarla como un argumento chusco para llevarnos al huerto.
Hay otra acepción de maduro. «Dicho de una herida o grano: Que está infectado».
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