Sociedad 'blandiblú'
La verdadera adversidad no está en regresar de vacaciones, cambiar la hora o quitarse la mascarilla, sino en esos muchos lugares donde la vida no vale nada
Antonio San José
Viernes, 29 de abril 2022, 00:44
Una de las consecuencias no previstas del fin de la obligatoriedad de las mascarillas en interiores, ha sido la vergüenza que algunas personas dicen sentir ... al mostrar la totalidad de su rostro a los demás. Hay quienes refieren que se perciben 'como desnudas' solo por el hecho de presentarse a cara descubierta, como si no lo hubieran hecho desde su más tierna infancia. Habida cuenta de que estamos en una sociedad que tiende a etiquetarlo todo en términos de salud, se ha dado en definir esta curiosa circunstancia como el 'síndrome de la cara vacía'. Respetando al máximo las sensaciones de cada cual, no deja de resultar sorprendente esta circunstancia reciente y novedosa motivada por dos años de embozamiento general.
Esta afección viene a sumarse a otras que siempre han resultado chocantes. Por ejemplo, nunca he llegado a entender la reiteración periódica con la que los medios de comunicación hablan del 'síndrome postvacacional'. Parece inmoral que personas que han disfrutado de dos o tres semanas de descanso argumenten malestar por el simple hecho de regresar a su actividad laboral habitual. En primer lugar, porque hay mucha gente que no se puede permitir unas vacaciones, y, además, porque el hecho de tener un puesto de trabajo al que volver, tras el tiempo de asueto, es una suerte que no todo el mundo tiene. Claro que se está mejor en la playa que trabajando, naturalmente, pero también se está más confortable en la cama que madrugando o tomando un cóctel que realizando una tarea laboral. El esfuerzo, la capacidad de sobreponerse a lo incomodo y eso que ahora se llama resiliencia, es algo consustancial a la vida cotidiana, como lo es la disciplina y las ganas de afrontar las responsabilidades del día a día.
Y podemos seguir. Cada año, en dos ocasiones, oímos hablar de los perniciosos efectos que tiene sobre nuestros delicados organismos el cambio de horario. Adaptarse a esta circunstancia, más allá de que tenga sentido o no, hace circular toda suerte de teorías avaladas por expertos que nos advierten de que esa modificación horaria puede provocarnos insomnio, irritabilidad, desorientación y malestar general. Hablamos, conviene subrayarlo, de una sola hora dos veces al año. Si comparamos esta circunstancia con un viaje trasatlántico, en que nuestro reloj vital se ve modificado de golpe en seis u ocho horas, repararemos en que los horarios de verano e invierno no dejan de resultar una minucia sin demasiada importancia. Todos los ciudadanos que residen en Canarias, o los que viajan con frecuencia al archipiélago, cambian el horario con total normalidad y sin arrastrar efectos especialmente indeseados. De modo y manera, que la exageración y la hipérbole, adornan siempre este 'síndrome de la hora', aún por bautizar.
Todo esto forma parte de los denominados problemas del primer mundo. Habitamos sociedades cada vez más blanditas, con menos capacidad de resistencia a los problemas por muy menores que sean. Enseguida inventamos 'síndromes' para definir lo que antes ni siquiera se tenía en cuenta. Estamos construyendo un mundo 'blandiblú' en el que habitamos a modo de burbuja, sin reparar en que la verdadera adversidad no está en regresar de vacaciones, cambiar la hora o quitarse la mascarilla, sino en esos muchos lugares donde la vida no vale nada y personas como nosotros tienen que hacer frente a verdaderas y gravísimas adversidades. A ver quién les habla, por ejemplo, a los ucranianos de todas estas pequeñas disfunciones cotidianas que nos causan malestar y de las que tanto nos quejamos, sin reparar en las verdaderas desgracias que afectan a quienes son menos afortunados.
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