Sobreinformados
La información es como la comida: la cuestión no está en la cantidad, sino cómo te siente. Los políticos se encuentran de alguna forma atrapados en una avalancha que ellos mismos han propiciado
RAFAEL RUIZ PLEGUEZUELOS
Granada
Sábado, 24 de octubre 2020, 01:10
Es una verdad amarga que tiempos desgraciados como los que vivimos también ofrecen oportunidades. Podríamos citar muchos ejemplos de cómo la pandemia ha servido para ... que reflexionemos sobre cuestiones familiares, sociales o laborales que antes se nos escapaban, pero en este artículo voy a centrarme en nuestra relación con la información. Si son personas a las que les gusta estar al día, de un tiempo a esta parte habrán tenido alguna vez la sensación de sentirse abrumados por el exceso de datos, y habrán llegado en algún momento a la conclusión de que cuanto más leían sobre un tema menos sabían. Leer sobre el coronavirus que nos azota ha llegado a ser un ejercicio inútil, porque la información es siempre contradictoria, cambiante, desconcertante. La sensación general es de hartazgo, de saturación, de descrédito ante la avalancha informe de noticias sobre un mismo tema. En esta sociedad hiperestimulada se habla mucho de información, pero no de ideas, porque andamos sobrados de lo primero y realmente carentes de lo segundo. Me parece percibir que algo está cambiando, no obstante. El sufrimiento generado por la pandemia remueve los cimientos de nuestra relación con los medios de comunicación, y es bueno que así sea, porque quizá de toda esta tristeza salgamos con un filtro mejor para el engaño y un olfato más agudo para la mentira. Cuando internet daba los primeros pasos, lo que nos deslumbraba de la red era su capacidad para contener toda la información y mantenerla accesible, como si de una prodigiosa biblioteca de Alejandría se tratara. Quién nos iba a decir, andando los años, que esa virtud se tornaría en amenaza, y que llegaría a empacharnos, a ser una verdadera condena. Antes de internet y los móviles, encontrar información era un problema o una molestia. Ahora, sin embargo, nuestra complicación es ser capaces de escapar de ella.
La cuestión se explica con ese dicho castizo y cabal que asegura que quien tiene solamente un reloj sabe qué hora es, pero quien tiene dos ya no está tan seguro. Y eso si uno se informa en medios tradicionales y de calidad, porque el límite desciende hasta lo demencial si encima la persona acude a los vertederos de internet y se informa con la bazofia digital del iluminado de turno, o si toma de manera literal lo que los políticos de la lejía en vena y la gripinha aconsejan sin más. Cuando se atreve uno a traspasar la frontera del consejo Miguel Bosé y la tropa negacionista, entonces prepárense para todo. Aparte está el hecho de que la información es como la comida: la cuestión no está en la cantidad, sino en cómo te siente. Los políticos se encuentran de alguna forma atrapados en una avalancha que ellos mismos han propiciado. En su momento descubrieron un filón en la red por su capacidad para manipular nuestros comportamientos, pero se ven como cordero rodeado de lobos cuando fuerzas contrarias usan ese mismo recurso para llevarnos a su huerto. Además, el acceso a la información inmediata y diacrónica también les lanza a la cara sus mentiras de cuando en cuando. El político populista sabe que, en tiempos de información contrastada en tiempo real (internet como la hemeroteca más grande jamás imaginada), decir algo que es casi verdad puede ser rápidamente desmontado. En un par de clics tenemos a ese mismo político afirmando lo contrario, o borracho en un bar, o sin mascarilla, o votando lo opuesto de lo que ahora defiende. Para que las hemerotecas no les persigan, muchos han tirado por el camino de en medio: en lugar de navegar por las medias verdades o en la verdad interesada, prefieren instalarse en la mentira total, la boutade o la tontería, porque hasta el momento no existe una Wikipedia de la mentira. A todo moderno que se precie, la palabra influencer le suena a gloria, porque son la fruta fresca del siglo XXI y un mito moderno. Pero hay que gritar al mundo que la mayor parte de ellos son engranajes clave en la distribución de fake news y memeces de distinto pelaje. La desinformación o la pseudoinformación es el medio en el que mejor nadan estos duendes del internet, así que hay que enseñar al público a que siga confiando en el periodismo tradicional, el que tiene unas normas de calidad y un código ético.
Lo peor de la mala información o la falsedad es que nos estamos acostumbrando a ella, convivimos con su contaminación como si se tratase de un vecino incómodo al que no podemos largar de la comunidad. Y sin embargo no debería ser así. No estamos diciendo lo suficiente que la tecnología está siendo utilizada para lo contrario que debería: en lugar de aportarnos más precisión (noticias infalibles, contrastadas), está sumiendo a la humanidad en la incertidumbre de pisar siempre terreno blando. Lees algo y no sabes si creértelo.
Kim Jong-un ha muerto tantas veces en las redes sociales que ya casi es un juego estacional, un hecho que nos visita de cuando en cuando. Sin embargo solamente morirá una vez en la vida real, y esta simpleza es algo que olvidamos con demasiada frecuencia. Lo virtual es múltiple, copiable, clonable, corregible, pero la realidad es tozuda, única, verdadera. Persigamos la segunda y desconfiemos de la primera.
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