A veces el ser humano actúa como el más acomplejado y absurdo ser de toda la creación. Es el único que crea y defiende aquello ... que le hace sentir incómodo, como una idea de valía y supervivencia basada en el dinero, los logros y el poder; pelea por la paz y mata por ella; fabrica utensilios para su comodidad y beneficio sin mirar el desacomodo que origina (adicción tecnológica, polución…); descubre lo que ya existe sintiéndose pionero; busca incansablemente la originalidad y sobrevalora su inteligencia racional creyéndose el centro del universo (porque yo lo valgo).
Quizás por un complejo de inferioridad o por resistirse a pensar que no es el ser más especial del universo, sino una existencia más en este extraordinario universo, se condena a hacer y hacer; correr y correr para salvar un mundo que él mismo destruye y cuyo equilibrio posiblemente retornaría automáticamente si dejara de jugar a ser Dios.
Descubre planetas y lugares y cree que se apropia de aquello que ya existía mucho antes de que su mirada se posara en ellos, dándole un nombre; inventa internet y se esclaviza, olvidándose de que todo está comunicándose continuamente sin necesidad de él, imita a los pájaros inventando aviones, imita a los veloces animales terrestre con sus motos y coches, a los acuáticos con sus barcos y submarinos.
Desconocedor de su propio mundo se lanza al espacio a buscar otros planetas en busca de otras formas de vida… ¿Para qué? ¿Para incomodarlas con nuestras creencias? ¿Para aprender de ellos cuando no somos capaces de escuchar al vecino, al profesor o al compañero de turno? ¿Para hacernos selfies en otros planetas?
Si hubiera vida inteligente ahí fuera, probablemente se escondería para no ser localizada por una panda de seres desestabilizados e insatisfechos que tienen como objetivo de vida el acumular más y más: posesiones, dinero, experiencias, títulos, conocimiento, 'likes', espiritualidad, paz…
Hasta la paz la queremos atesorar y buscamos personas, cosas, lugares que nos den paz. Como si estuviera fuera, en aquello que logramos: «Cuando termine este trabajo estaré tranquilo». «Cuando me paguen más dejaré de ser un cascarrabias». «Si te callaras estaría tranquilo». ¿Y si fuera al revés? «Estaré tranquilo y terminaré este trabajo». «Dejaré de ser un cascarrabias y eso será una ganancia». «Estaré tranquilo ante la intranquilidad del otro y podré escucharlo».
Pero nos decimos que no es fácil y, así, aún nos cuesta abandonar las canciones de siempre: «Me muero si tú no respiras a mi lado», «acabemos con el enemigo», «seré fuerte y lucharé», «lucharemos juntos», «no me detendrán», «nadie me silenciará» y seguimos dándole a la maquinilla de los inventos.
Entre tantas imitaciones e inventos, quizás un poquito de silencio no estaría mal. Todos queremos sentirnos y comunicar fuertes como el león, audaces como el zorro, elegantes como un delfín… pero, puestos a copiar, quizás deberíamos usar más a menudo el lenguaje del gusano, que hace su función sin escandaleras ni postureos. ¿Pero quienes somos si nos silenciamos?
A pesar de la velocidad, el ruido y el parloteo desproporcionados, hay muchas personas, adultos, jóvenes, estudiantes o trabajadores, empresarios, reponedores, sanitarios, docentes… que hacen esto: no vocean y están en lo que toca con alegría y saber hacer y estar, equilibrando luces y sombras. Gracias a todos esos silenciosos y anónimos. En lo invisible y en el silencio hay un gran tesoro.
La vida es, a pesar de nosotros.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión