La última perla escondida de mis lecturas me la encontré hace unos días hojeando 'El Gallo Crisis', la célebre, aunque efímera, revista literaria y de ... pensamiento (seis números, 1934–1935), que fundaron unos jóvenes intelectuales de Orihuela; su impulsor, su alma y su director fue Ramón Sijé (seud. de José Marín Gutiérrez), personaje inmortalizado sobre todo por su amigo Miguel Hernández en aquella inolvidable y sentida elegía («Compañero del alma, compañero»).
Esta publicación, en cuya cubierta aparecía, emblema de 'vigía' y 'alarma', un gallo rojo en movimiento y cantando, según dibujo de Francisco Díe, responsable del diseño de la revista, estaba en línea ideológica con 'Cruz y Raya' (1933-1936), la revista de José Bergamín, pues se adscribía a un catolicismo crítico, combativo y renovador, inspirado en el caso oriolano en maestros franceses de la filosofía como, sobre todo por ejemplo, Jacques Maritain. Y ya es un dato orientativo que el origen de la revista estuviera en las reuniones que esos jóvenes venían manteniendo asiduamente con el fraile capuchino Fray Buenaventura de Puzol.
La fuerte amistad que unía a Miguel Hernández con el director, mentor del poeta hasta mediados de 1935 en que aparece en su vida Pablo Neruda, favorece que en todos los números nos encontremos versos de Hernández en los que se aprecia una preponderancia de poemas religiosos atravesados del barroquismo lírico que entonces practicaba.
Pero ahora me interesa detenerme en un comentario interpretativo de clara inspiración religiosa, debido seguramente a Sijé, sobre la trágica muerte de Ignacio Sánchez Mejías, suceso que acababa de ocurrir el 13 de agosto de 1934. Esta nota, titulada 'La salvación del alma por el arte de torear', aparece en el número 2 de la revista (agosto 1934) dentro del espacio anónimo 'Las verdades como puños' y dice así:
«Le faltaba a Ignacio Sánchez Mejías –que ha muerto llamado por la Virgen de Agosto– poner un colofón humano al arte milagroso del toreo. Él había creado un estilo de torear desnudo: católico. Él volvía a los toros –según dicen– para impedir que su hijo, haciéndose torero, y su mujer, convirtiéndose de hija, esposa y hermana de toreros en madre de torero, sufriesen, por el arte geométrico, que demuestra su existencia en el movimiento de un paño, unos palos, un cuerpo, o una combinación de color, en el aire. Torero humano, muere por la salvación de unos cuerpos: así habrá salvado su alma».
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