El 'Ruido blanco' de Joaquín Peña-Toro
DE BUENAS LETRAS ·
Esos techos insinuados nos llevan a las habitaciones de la memoria. La memoria es un cuarto donde flota el pasado; y, si nos fijáramos bien, tal vez aceptaríamos que el pasado no se ve mirando hacia atrásJosé carlos rosales
Jueves, 5 de septiembre 2019, 00:00
Bajo el rótulo de 'Ruido blanco', el Centro Guerrero nos ofrece la quinta muestra de su programa expositivo 'La Colección del Centro vista por los ... artistas', un ciclo donde creadores contemporáneos (Andrés Monteagudo, Paloma Gámez, Jesús Zurita o José Piñar) dialogan con la pintura de José Guerrero desvelando conexiones inesperadas entre sus propios trazos y los del autor de 'La brecha de Víznar'.
Este loable programa del Centro Guerrero tiene un doble afán: por un lado, darnos la oportunidad de mirar de otro modo la pintura de un artista inagotable; y, por otro, crear un contexto acorde con las conversaciones que las obras de arte mantienen entre sí, conversaciones útiles, constantes, sin las que nada sería posible en la creación artística.
En esta ocasión el artista invitado ha sido Joaquín Peña-Toro (Granada, 1974), pintor figurativo cuyas imágenes vienen construyéndose alrededor de volúmenes más o menos geométricos, espacios urbanos deshabitados y luminosos, círculos y burbujas, secciones tangentes, ventanas vacías, cielos con nubes imposibles, fachadas envueltas en un silencio inquietante, intervalos y sumas que generan ingeniosos 'collages', mínima vegetación mediterránea, vibraciones insonoras y una luz que podría ser la luz alucinada de un sueño. De todo ello hay abundantes ejemplos en la exposición de la que hablamos.
Pero lo más llamativo se concentra, quizás, en los cuatro lienzos de gran formato (190 x 190 cm.) que justifican el título de la muestra: los cuatro desvelan el desarrollo de una zona blanca, aparentemente inconclusa, zonas blancas de límites irregulares que sirven de soporte a un conjunto de elementos dispares sólo en apariencia: un antiguo extintor, una máquina industrial misteriosa, una poliédrica lámpara de techo, un tubo fluorescente o la parte superior de una columna delgada y férrea. En la mayoría de ellos se nos sugiere un techo de perfiles imprecisos y se nos deja ver algún ángulo de los que se han formado entre ese techo y una pared inacabada.
Esos techos insinuados nos llevan a las habitaciones de la memoria. La memoria es un cuarto donde flota el pasado; y, si nos fijáramos bien, tal vez aceptaríamos que el pasado no se ve mirando hacia atrás, sino mirando hacia arriba, mirando al techo (nunca mejor dicho), mirando sin atender al tiempo y escuchando ese ruido (blanco) que nadie más que nosotros podría percibir, ruido invisible, ruido continuo, una especie de acúfeno, ese ruido minúsculo del que nos hablaba Joaquín el día de la inauguración de esta muestra tan sugerente como lúcida: «Pienso que se puede escuchar el ruido de las cerdas de la brocha en su recorrido recio sobre el grano de la tela». Los títulos de estas cuatro piezas (Acúfeno I, Acúfeno II, Revés temporal y Ruido blanco) aluden tangencialmente a las ideas de las que estamos hablando.
La verdad es que vale la pena gastar un rato largo en visitar esta muestra del Centro Guerrero y asistir al diálogo entre las capas sumergidas de los lienzos de Joaquín Peña-Toro y las de José Guerrero. Y detenerse también en esas dos 'Cuencas', la de Guerrero y la Joaquín, con sus dos cielos de agua o sus dos aguas celestes; disfrutar de una atmósfera turbadoramente tranquila, por ejemplo, en 'Luz de gálibo' (aquí no me resisto a ver ciertas tonalidades que me remiten a Vermeer); y comprender mejor el trabajo de Antonio Jiménez Torrecillas, ese arquitecto magistral, responsable de los espacios del Centro Guerrero, al que se le rinde un homenaje inteligente en 'Fluorescencias', homenaje doble o triple, pues, junto a la referencia arquitectónica, hay también un reconocimiento de la pericia incansable del grabador Christian M. Walter (también colaborador de José Guerrero) y de la enorme riqueza vitalista que late en esa vaga geometría variable de las deslumbrantes 'Fosforescencias' del Guerrero de los años 70.
'Ruido blanco' cerrará sus puertas el 22 de septiembre. Aún queda tiempo para verla otra vez.
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