No son fuegos artificiales tras unas fiestas patronales. No es una película, sino una de esas evidencias -esta vez geológica- que causan pánico en el ... ser humano. Es un volcán. Y está en territorio español. Me refiero a la erupción de un volcán de al menos ocho bocas en La Palma, isla canaria que desde el siglo XV –que sepamos- es escenario de sonadas erupciones volcánicas en el archipiélago. La erupción ha obligado a evacuar a miles de vecinos de los contornos, ha arrasado casas e infraestructuras, y puede afectar a otras islas; aunque por ahora no se registran bajas personales.
No negaré que ante la noticia de que la lava y el humo se adueñaban de una isla no tan lejana, me entró el canguelo. Enseguida me llegaron imágenes de lo que pasaba, y vi a los habitantes de la zona echarse las manos a la cabeza y correr de aquí para allá, presos de la tragedia y la fascinación que originan los ríos de lava y las fumarolas. Personas como yo que huían despavoridos, que miraban por el rabillo del ojo la función piroclástica de rocas fundidas y magma incandescente, a más de mil grados de temperatura, que emergen imparables de las entrañas de la tierra.
Aunque allí ya tenían la mosca detrás de la oreja, hasta ayer todo era una secuencia de temblores bajo el suelo. Un enjambre sísmico que anunciaba lo que vendría. Esos seísmos eran el preludio de la erupción que ha elevado la isla más de dos palmos y ha hecho cundir el cerote. (Por más que los políticos digan que todo está controlado, sabemos que es mentira cochina, pero tanto nos engañan que ya es un placebo escucharles otra trola).
Con la Naturaleza nada hay controlado y frente a ella todos somos náufragos. La erupción de La Palma me ha traído a la cabeza ese concepto esencial de precariedad que este primate que somos, me refiero al actual 'homo tecnologicus', tiene casi descartado. Dicen –aunque yo tengo mis dudas- que somos una especie que piensa, y que hay algunos -incluso- que piensan que piensan. Una especie que reflexiona sobre sí misma (permitan que siga mostrando mis reservas), y hasta siente curiosidad por cuanto le rodea (insisto en mi duda, pero también lo daré por bueno en esta columna porque –díganme si no- cómo se adquieren los conocimientos que, luego, 'homo sapiens' ha sido capaz de traducir en tecnología y aplicaciones prácticas; de ahí que me haya referido a nuestra actual especie como 'homo tecnologicus').
Bien, pues esta mañana junto con las noticias de la erupción, asisto perplejo a la formulación de preguntas como estas: ¿Por qué ha entrado en erupción el volcán de La Palma, y cuánto va a durar? ¿Por qué hasta el aire se ha vuelto peligroso y el mar parece necesitar del volcán para lograr la compañía de los nuevos islotes en que pronto se convertirá la lava solidificada?
Para mi tengo que esas coladas de lava, ese humo y esas cenizas nos son más que la confirmación de que nunca dejaremos de ser vasallos de la Naturaleza.
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