El riesgo de atrasar el reloj
Puerta Real ·
Estamos viviendo uno de esos momentos fascinantes y mágicos que preceden al gran castañazo, que de vez en cuando se da en EspañaEsteban de las Heras
Domingo, 17 de noviembre 2019, 02:50
La pantalla de la tele se llena de barricadas ardiendo. Hablan de Bolivia, de Chile, de Hong Kong y de Cataluña. Los cainitas de la ... tea no paran ni en invierno. De Bolivia ha huido Evo Morales porque el amaño de las elecciones le ha salido mal; en Hong Kong, que era el Gibraltar chino hasta hace unos años, aquellos llanitos de ojos rasgados no quieren perder una especie de autonomía que lograron tras los acuerdos entre el Reino Unido y la gran nación asiática; en Chile se anuncian cambios constitucionales para frenar el cirio montado tras la subida del transporte público; en Cataluña arden las barricadas en las autovías y se pudre la fruta en los camiones andaluces que sufren el bloqueo sin poder llegar a su destino en el corazón de la UE.
El presidente de la Generalidad presta a los revoltosos hasta su mechero para que arda el odio, en tanto que el ministro de Interior, flemático, apolíneo, hierático, imperturbable, cachazudo y calmoso nos dice que en aquella comunidad doliente no pasa nada. Deben ser fuegos de artificio, ensoñaciones de los periodistas a quienes les gusta engordar las noticias para llamar la atención. Se calienta el asfalto, arden los ánimos, se enturbia la convivencia, se encabrona la gente, pero allí no pasa nada, según la Moncloa. Llevamos así un mes y el gobierno en funciones fuerza la sonrisa para que no cunda el pánico.
Son –dicen– pequeños desajustes de la historia; la cremallera de la convivencia que se ha atascado y no va ni para arriba ni para abajo, pero no pasa nada. Todo está bajo control. Los dioses penates cuidan de que nadie se salga de madre y nuestro gobierno tiene preparado su nuevo bálsamo de Fierabrás, a base de euros, que cura todas las heridas y arregla, como todo el mundo sabe, todos los desbarajustes y 'follaeros' que se producen en las mal denominadas comunidades históricas. Visto lo visto, las barricadas y los camiones con las ruedas pinchadas son pequeñas bagatelas, fruslerías y contratiempos.
No lo queremos ver, pero a veces se para o atrasa el reloj de la historia y comienza el tiempo de los portentos y prodigios, del pasmo y del asombro. Estamos viviendo uno de esos momentos fascinantes y mágicos que preceden al gran castañazo, que de vez en cuando se da España. Este es uno de ellos.
Es probable que al ministro de la cosa interna, al señor Grande-Marlaska, se le haya atrasado también el despertador y vea las barricadas levantadas por los 'nois del tsunami democratic' como un diorama de juegos de luz caliente, o como una buena 'peli' de acción. Por eso, quizás, tarda tanto en apagar los fuegos que ahogan el tránsito de los productos andaluces hacia Francia.
Quizás también por ese maldito despertador, que se ha parado, no ha podido levantarse a tiempo para enviar con más presteza las máquinas quitanieves al Noroeste. Porque ha llegado hasta allí la anunciada borrasca, a lomos del bronco mar Cantábrico, y ha colapsado de modo brusco la vida en las tierras de Teodomundo, Fruela, Favila y don Pelayo. Pero el ministro guarda en la manga el as multiusos que, desde Felipe II, exime de culpa a la cadena de mando cuando se lucha contra los elementos.
Cuando el reloj se para, no se detiene el mundo pero nos descoloca. Peor es cuando se atrasa porque todo se trastabilla. Puede que se eche encima la noche cuando todavía estamos pelando la mandarina del postre, o que perdamos el norte y la hora para el dulce meneo en el tálamo. Cuando los relojes fallan – se derriten, como los de Dalí–, hasta el Adriático se hace el remolón tras inundar Venecia. Con los relojes blandos se para el tiempo pero persiste la memoria.
A Rodríguez Zapatero se le ablandó el cronómetro una mañana mientras, tumbado en su hamaca, se dedicaba a contar nubes y, levitando como los místicos del Siglo de Oro, vio a nuestros abuelos embarrados en las trincheras de la guerra, empinando la bota de vino peleón para olvidar y disparando al horizonte con un máuser. La luz se abrió paso en su cerebro. Ahí estaba la persistencia de la memoria, entre las nubes blandas y el humo de la fusilería fratricida, tan del agrado de la 'nouvelle vague' historicista. Ahí estaba y ahí continúa esta 'nouvelle vague' que se ha empeñado en quitar el nombre de Varela a una calle del Realejo, famosa hace años por una concurrida casa de lenocinio. Una calle que ya tenía el rótulo de Varela antes de que naciera el general y ministro franquista del mismo nombre. Se puede comprobar en cualquier mapa de la ciudad de principios del siglo XX. Pero la falta de rigor de estos torpes, que tienen el cerebro en agraz, es más persistente que el perfume de pachulí que salía del burdel.
Hay que tener mucho ojo con el tiempo y los relojes. Pueden jugar malas pasadas. Alguno lleva el 'festina' adelantado y vive cuatro días por delante, como el presidente del Centro Unesco, Ángel Bañuelos. El pasado martes en la presentación de las actividades organizadas para el día del Patrimonio, nos dijo que estábamos ya a 16 de noviembre y era martes 12. El salto de fecha fue un lapsus o una broma sin mayor trascendencia. Peor es cuando alguien atrasa el reloj de la historia hasta el tiempo en que el odio quemaba la tierra.
Se levantan fantasmas y espectros y aparece Joan Margarit, reciente Premio Cervantes, para decirnos que le «da miedo España desde los Reyes Católicos». Ante tamaña boutade de un excelso poeta uno no sabe si llorar, sonreír o mandarle un tranxilium.
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