Pepe 'El Tomillero', tras haber participado del nerviosismo de quienes darán continuidad a su estirpe, ha madrugado y seguirá, a lo largo del día, apegado ... a la tradición que pone punto y final a las navidades, con los más pequeños empalmando horas tras hora de pijama y los mayores con el pensamiento puesto en todo lo que se les presenta por delante en ese escenario de los buenos propósitos en esa nueva etapa que acerca, todavía sin alcanzar, el primer cuarto de siglo.
En la calle la sexta ola es ya un tsunami que confirma que no vamos a estar tranquilos del todo y que habrá que volver a vacunarse dentro de unos meses para reforzar esa inmunidad que se sigue estudiando y que, con el tiempo, llevará al 'bicho' a parecerse al del simple resfriado, aquél que llevó Colón a las Indias Occidentales y que produjo más estragos entre la población indígena que los caballos y la pólvora. A punto hemos estado de una catástrofe mayor de no ser por esas vacunas cuya eficacia aún muchos niegan y que han abierto un debate inicial acerca de la libertad pero que, al final, se ha prostituido en libertinaje porque aquí, en este territorio patrio, ni los representantes públicos parecen capacitados para tomar decisiones y aprovechan la más mínima para liarse.
Nada se puede esperar de quienes han jugado con la vida de los demás y han sido incapaces de unirse para luchar contra el verdadero enemigo, hay incluso quienes se han alineado con él y hasta lo han jaleado en espera de que las estadísticas les fueran propicias para lanzar un nuevo mensaje que llenara sus alforjas. Qué vergüenza, qué ridículos, qué fantoches…
En medio de ese tsunami, las cabalgatas han salido a la calle y la tradición ha paseado de norte a sur, con mascarillas y sin ellas y, desde luego, sin el metro y medio de distancia. Ha habido codazos, empujones y restregones varios, como en los mejores tiempos. También se han producido cortes de tráfico, lo que es lógico en la tarde noche del 5, pero cuando se adelantan al 4 algo está fallando. Una cosa es dejar preparadas las vallas al borde del camino y otra muy distinta intentar dejarlas montadas en la víspera, reduciendo carriles y desesperando al personal motorizado. Un fallo garrafal de logística cuando se colapsa el tráfico cuando sólo se tocan tres calles: Rambla, Obispo Orberá y Paseo. Menos mal que por la covid se habían suprimido otros tramos, si no tienen que cerrar Almería entera el 1 de enero.
En una jornada así el protagonismo no es de los Reyes, sino de los niños. Y ellos tan felices, con la inocencia intacta y la ilusión más alta que el humo del volcán de La Palma, a prueba de sus bombas y por encima de todo lo demás. Niños, en definitiva, somos todos en un día así en el que celebramos el reencuentro con un pedazo de nuestra historia y en el que nos volvemos a ver rodeados de cuantos nos quieren y queremos. Los Reyes, estos reyes, son magos de verdad. Hacen la magia de ofrecernos felicidad y de desear su presencia por los siglos de los siglos.
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