Los españoles somos unos supervivientes desde los tiempos de don Pelayo o tal vez antes. Desde entonces hasta anteayer hemos aguantado diversas categorías de gobernantes ... que incluyen a reyes obtusos, a validos funestos, a militares levantiscos, a dictadores pérfidos, a ministros chulescos o somormujos, cualificados o vergonzantes. Es decir, a la diversidad de la condición humana. Y luego llegó Pedro Sánchez, que empezó a tocar poder real justo cuando la sociedad demandaba un cambio en el modelo de liderazgo, rompiendo con la dinámica en la que el mandamás saliente designaba a su sucesor; así, fue elegido Secretario General del PSOE coincidiendo con la fragmentación del panorama tras la llegada de 'Podemos' y 'Ciudadanos', que desencadenó dos elecciones generales sucesivas: en diciembre de 2015 y junio de 2016. En ese momento ya algunos vieron la dimensión de su ambición y trataron de descabalgarlo aplicando la democracia interna. Lo lograron momentáneamente, pero quedaron tocados porque no se supo explicar bien la condición del personaje y ahí empezó a forjarse el mito. Pedro y su Peugeot por los pueblos de España; Pedro como protomártir enfrentado al aparato que apostaba por la moderación de Susana; Pedro y su equipo de marginados (con nombre y apellidos: Santos Cerdán, Koldo y Ábalos) con un discurso populista frente a Susana Díaz y Patxi López; Pedro triunfante, alcanzando la presidencia del Gobierno tras la moción de censura a Rajoy por la corrupción en la que José Luis Ábalos fue el portavoz de su mensaje de regeneración.Desde ese instante a hoy han pasado siete años en los que como Secretario General, ha ido eliminando con estrategia militar a cada posible rival, aplastando la más mínima disidencia para colocar a sus palmeros en cada autonomía, aniquilando el debate interno que fue seña identitaria del PSOE. Sacando del gobierno a cualquier persona con más capacidad y mérito que él y, de camino, tratando de borrar lo que ha supuesto el socialismo heterodoxo para transformarlo en el sanchismo monolítico con un modelo de estructurar las relaciones internas basado en la idolatría, al modo de los faraones egipcios. Leer el 'Manual de resistencia' permite comprender de qué manera han medrado estos individuos que han sido sus apoyos de total confianza. Porque esto trasciende los votos que Koldo afirma haber manipulado en 2014, el despropósito surrealista del caso Leire o la podredumbre vinculada a las grabaciones de Cerdán y Ábalos –y los que vendrán–. Lo más grave de todo es la teatralización discursiva del pasado jueves pidiendo perdón y asegurando que su gobierno aguantará hasta 2027, esa arrogancia de fondo que da el retrato más acabado de quien se resiste a aceptar la realidad: que, si sabía lo que sucedía, debió hacer limpieza; y que, si no lo sabía, hizo mal su trabajo. Exactamente lo mismo que él exigió a M. Rajoy en 2016. Es decir, que Sánchez ha caído en la trampa que JFK advirtió en su toma de posesión: buscar frenéticamente el poder montado sobre un tigre que avanza velozmente. Ahora, mientras el tigre lo devora, los socialistas afrontan una oportunidad decisiva: rescatar la legitimidad de unas siglas que, en 140 años de historia, han sobrevivido a las tragedias más desoladoras. De ellos y de sus decisiones inmediatas depende la posibilidad de restituir al PSOE a su espacio natural como el partido de Estado que España merece.
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