Tengo para mí que el principal problema de este país es que nos faltan lecturas. Especialmente a estos líderes venidos a más de Sumar/Podemos ... que, desde los espacios institucionales, andan tratando de reescribir las relaciones entre España y Latinoamérica con la conquista de fondo. Si ya resultó peregrina la ocurrencia del presidente populista mexicano López Obrador –luego retomada con entusiasmo por su sucesora, la tecnócrata Sheinbaum– de exigirnos que pidiéramos perdón por las atrocidades sucedidas en su nación durante 1519 y los años subsiguientes, más asombroso aún resulta que el Gobierno haya aceptado el envite.
Ha sido Ernest Urtasun, que se ha sumado a Albares y esta semana ha aprovechado una exposición sobre la mujer en el México indígena en el Museo Arqueológico Nacional, para valorar los acontecimientos sucedidos en la tierra del águila y la serpiente, delatando su desconocimiento enciclopédico del siglo XVI. No es el primero, claro, pero sí un ministro de Cultura que, además de contar con asesores con sueldo acreditado, debiera tener, al menos, nociones básicas de cultura general que le permitan evitar pasar de la épica fingida al mito que deforma. Pero no, tal vez pedimos mucho a un señor que, con una pirueta juglaresca, nos ha devuelto a aquella apócrifa gesta de la conquista tan manoseada durante los tiempos del No+Do, sin tener conciencia de la irresponsabilidad que supone, porque la Historia no se reescribe; se explica, y con los datos y los hechos hay bastante para que el personal lo analice y saque sus propias conclusiones.
Y los hechos son que Hernán Cortés llegó a Veracruz con cuatrocientos aventureros y quince caballos (o eso dicen las crónicas) y se encontró con una zona geográfica en perpetua contienda: los heterodoxos pueblos indígenas frente al imperio azteca, que tenía la mala costumbre de entretenerse con sacrificios humanos y de exigir tributos a los vecinos por el mero derecho a sobrevivir. Evidentemente, las alianzas estuvieron cantadas desde el primer instante: los españoles y los miles de nativos se levantaron contra Moctezuma, que, desde su imperio con capital en Tenochtitlán, ejercía de simpático rey-dios con afición al lujo y a los sacrificios humanos masivos, mientras alrededor la gente aguantaba entre el terror y el hambre. A juzgar por cómo acabó la teórica 'hazaña', no parece que le tuvieran un cariño entrañable a su gobernante, para pactar con el primero que llegó por aquellos andurriales y pasar de la paradisiaca servidumbre de un sátrapa alucinado a la dominación por el reino de las Españas con los sucesivos virreyes tan aficionados a despilfarrar lo ajeno.
«No hay que tener miedo de las palabras que unen», ha dicho también Urtasun, y en esto coincido. Lo que pasa es que la palabra que une, en este caso, no puede ser 'perdón', porque sus dos sílabas vienen cargadas de simbolismo hondo que no se pueden vaciar de contenido confundiendo la Historia con las historias. Quien reivindique el valor del péndulo de la memoria histórica como espacio de debate para no repetir errores desde la voluntad de concordia, debería preocuparse por estas malversaciones que la transforman en retórica falaz, en marketing estratégico para inaugurar exposiciones y generar titulares. Y sucede que hay gente que tiene esta mala costumbre de simplificar la realidad para convertirla en argumentos emotivos al servicio del tacticismo político derrotando la verdad crítica que tanta falta nos hace.
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