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La verdad busca refugio en la memoria colectiva cada vez que la Historia la maltrata; así, desafía el despotismo de quienes se obstinan en doblegarla, ... se resiste a desdibujarse en la bruma del olvido, se niega a que la manipulen quienes han aprendido a vivir aprovechando que su voz resonaba más fuerte que la de las demás. Luego, busca el momento preciso para denunciar la ignominia y visibilizar ese tiempo falsificado poniendo el foco en aquellas partes que estaban interesadamente en sombra. Para lograrlo, la verdad necesita apoyarse en manos cuidadosas como las de Aurora Morcillo, una excepcional historiadora granadina que tuvo la valentía de edificar su trayectoria allende el océano; de seguir reivindicando lo que importa, para que no se olvide, desde la Florida Internacional University donde era catedrática. Es decir, que desde la inmensidad de un mar de distancia, Aurora siguió amando lo diminuto, recuperando, con la misma sutil inteligencia que Lorca interpretó la idiosincrasia del espíritu granadino, los tesoros que se ocultan tras puertas pequeñas y bien cerradas. Y lo logra con su ensayo 'Las niñas de nuestros ojos. Resistencias invisibles a la dictadura de Franco' –Editorial Universidad de Granada–, donde ha sabido rescatar la historia de mujeres granadinas que, en los años oscuros de la dictadura franquista, fueron capaces de fracturar las estructuras de poder desde la heterogeneidad de sus espacios: la universidad, el activismo reivindicativo, los modelos familiares en transformación o los ámbitos políticos de una democracia incipiente.
La obra se presentará este jueves 12 de junio en La Madraza porque es primordial romper el silencio, ese mutismo fundado en que, las protagonistas, seguramente consideraron que hicieron lo que debían –sin más–, y nosotras no hemos sido capaces de entender la dimensión de su sacrificio para construir este presente que vivimos ni para diseñar el porvenir, la herencia social que dejaremos a las que vendrán. Está claro que no podemos permitirnos huecos en blanco en el relato de las mujeres. Ya advirtió la activista Audre Lorde, que el silencio jamás nos protegerá; al contrario: crea grietas capaces de devorarlo todo –nombres, rostros y hechos– dejándonos una herida abierta y compartida que nunca cicatriza.
Me sigue pareciendo que sólo las palabras nos salvan; que son promesa de futuro, impulso de transformación y asombro renovado cuando la desesperanza nos arrincona. Lo que pasa es que únicamente sirven aquellas que dejan huella, las que van apartando la maleza para abrirnos un sendero transitable. Por ejemplo, palabras como dignidad, compromiso, tenacidad o inconformismo. Cada uno de estos términos, asentado en la tierra con raíces profundas, revela un matiz esencial de Aurora Morcillo. Juntos, dibujan el retrato más fiel de una estudiosa valiente y creativa que se nos fue demasiado pronto, pero cuyo legado, poderoso y necesario, ya es parte de nuestra memoria colectiva y debe ser protegido. Son esas narrativas, suma de vivencias y emociones, donde los recuerdos toman forma precisa y el dolor, el esfuerzo, el sacrificio y la audacia de las pioneras hallan, al fin, el espacio que las dignifica y las salva del olvido. Aurora, antes de marcharse, obró el prodigio de entrelazarlas, tejiendo un tapiz –del que ella forma parte también– donde nos recuerda que, lo que somos hoy, lleva la huella indeleble de quienes nos precedieron. Que únicamente en la memoria reside la fuerza necesaria para transformar el mundo.
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