Dos realidades
Puerta Purchena ·
«El Congreso de los Diputados es la casa de los dislates más inimaginables que uno pueda concebir»Ángel Iturbide
Domingo, 31 de mayo 2020, 23:29
Hay que ser muy insensible para no estremecerse cuando se ven imágenes de personas como usted y como yo haciendo cola para conseguir una bolsa ... de comida con la que alimentar a su familia. Colas interminables de anónimos que buscan la solidaridad y el apoyo de sus vecinos o de las oenegés para poder conseguir alimento y, mal que bien, seguir adelante en este camino de la vida que no es nada fácil. Afortunadamente no he tenido en mi entorno familiares o amigos que se hayan visto en esa necesidad, pero estoy convencido de que no debe ser nada sencillo ponerse en una cola a la espera de esa bolsa con alimentos de primera necesidad. Eran muchos los que se veían obligados a acudir a esas colas de solidaridad a los que hay que añadir todos aquellos que la pandemia del coronavirus ha dejado sin nada; gente que no tiene los recursos más elementales para salir adelante ellos y los suyos. Por eso, hay que celebrar que el Gobierno haya sacado adelante el ingreso mínimo vital o renta básica que acudirá al auxilio de los más vulnerables y necesitados. Las ayudas aprobadas oscilan entre los 462 euros de la persona que viva sola a los 1.015 de las familias con más de dos hijos. Unas ayudas que servirán para que la gente no se quede irremediablemente en el camino. Ysi por un lado hay que celebrar la aprobación de esta renta básica, de esta ayuda contra la pobreza, no por eso no hay que lamentar que haya tenido que ser en 2020 y en el transcurso de una pandemia como la que estamos sufriendo cuando se le ha dado luz verde. Nos deberíamos avergonzar todos, y nuestros gobernantes los primeros, por haber permitido que la vulnerabilidad de miles de personas se haya prolongado hasta ahora y los hayamos condenado a la única salida de acudir a la caridad de organizaciones como Cáritas, Cruz Roja, Banco de Alimentos o colectivos sociales y vecinales para que les dieran un poco de esperanza en el día a día.
Esa es una realidad. La otra está muy lejos de la anterior y la estamos no viviendo sino sufriendo con nuestros representantes políticos. Desde el inicio del estado de alarma he mantenido que no debía ser nada fácil gestionar una situación que nos ha superado a todos y para la que no estábamos preparados. Ni aquí ni en el resto de países como estamos viendo. Tomar decisiones a tiempo y, además, acertadas se me antoja una empresa complicadísima, más aún cuando los partidos políticos, ninguno, ha sabido estar a la altura de las circunstancias, y ya no hablo del sentido de Estado que eso ni se ha olido. Por supuesto que el Gobierno se equivocó a la hora de tomar muchas decisiones, aunque todo ello ha ido en aumento. Mientras la sociedad transcurría por un camino confinándose en casa, reconociendo la labor de los sanitarios y de todos aquellos que luchaban en primera línea contra el virus, los partidos políticos discurrían en paralelo en un camino sin fin que nunca llegará a cruzarse con el de los ciudadanos. Al final y superados los momentos más duros de esta crisis el Congreso de los Diputados se ha convertido en un lugar donde se negocia con lo más básico con tal de conseguir el objetivo. En ese contexto hay que incluir el acuerdo con Bildu para la derogación de la reforma laboral del PP; o la cesión de la gestión de la renta mínima a Euskadi, Navarra y Cataluña para lograr el sí de PNV y la abstención de ERC para prorrogar dos semanas más el estado de alarma. Así pues se está a lo que se está, pero esta realidad es odiosa.
Como lo es el circo en el que se ha convertido el lugar donde, dicen, reside la soberanía nacional. El Congreso de los Diputados es la casa de los dislates más inimaginables que uno pueda concebir. La intervención de la portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, acusando al vicepresidente Pablo Iglesias de ser hijo de un terrorista porque su padre militó en su día en el FRAP es rechazable y criticable, pero aún lo es más la claque en la que se han convertido los partidos políticos que aplaudieron con sonrisa amplia a la portavoz cuando volvió a su escaño del que no es digna de ocupar. Menos mal que Núñez Feijóo la censuró. Ytodo ello el mismo día en que comenzaba el luto oficial por los más de 27.000 o 29.000 fallecidos por coronavirus, cifra difícil de precisar a tenor de las 'resurrecciones' de los últimos días. Se ha caído muy bajo en la pérdida de la dignidad y del respeto a todos los españoles. La misma dignidad que perdió el vicepresidente Pablo Iglesias cuando en la comisión para la reconstrucción acusó a Vox de desear una golpe de Estado en España. Iglesias puede pensar lo que le plazca, pero no se puede olvidar ni por un momento el cargo institucional que ostenta. Llegados a este punto lo deseable sería unas elecciones. Pero ya mismo, que nos digan donde hay que ir a votar y sin mítines ni cartelería ni nada de eso pues no en vano llevan desde marzo en plena campaña electoral mercadeando votos. Ysi no se presenta ninguno de los que están en el Congreso de los Diputados, pues mucho mejor.
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