El futbolista Neymar debe de ser un tipo de cuidado. Eso se deduce de la decisión de su equipo, PSG, de pagarle por ser un ... buen chico. Al pobre le dan un 'bonus ético', 6.500.016 euros al año, 541.680 al mes. Por ser bueno. Tampoco es dinero, pensará usted, acostumbrado a que le paguen sus sacrificios. A cambio, este modelo ético tiene que ser cortés, puntual, amable y estar a disposición de los aficionados.
La bondad será compensada, asegura la moral tradicional. Y tanto, dirá Neymar, que quizás se saltó la clase en la que explicaban la relación entre la virtud y el premio. Así, el buen Neymar viene a ser la representación práctica de la utopía. Hace lo que el resto considera normal, quizás forzado, sin darle (excesiva) importancia y lo rentabiliza.
No sería de extrañar que llegue a santo. Con esa tarifa, su santidad saldría por un pastón, pero estamos necesitados de ejemplos morales. Enseña que, si se quiere, se va por el buen camino. Tiene su mérito, porque cobrando el plus ético no puede hacer ninguna barrabasada: ni llegar tarde ni soltar una fresca a nadie. ¿Para qué ser rico si tienes que madrugar?
San Neymar aparece como un varón bíblico de la posmodernidad, cuando la ética llega a cotizar.
Además, el dinero no lo es todo. Que se lo digan al presidente de la Generalitat, que rechaza una inversión de 1.700 millones de euros que el gobierno había comprometido para ampliar del aeropuerto del Prat. Daría para pagar a Neymar su buen comportamiento durante 261 años y seis meses, con lo que sin duda alcanzaría la canonización, e incluso sus descendientes durante ocho generaciones, si continuaran la penitencia.
Alega Aragonés razones medioambientales para su sacrificio, en las que antes no habría caído. El realismo mágico catalán consiste en la constante reducción al absurdo. Lo que no se entiende es que acuse al gobierno de chantajearle por soltarle esa bicoca, que llenaría de gozo a las demás comunidades, de pretensiones más modestas que aquella admirada autonomía. Tampoco se entiende que celebren el fiasco Colau, alcaldesa de la ciudad que se beneficiaba, y Díaz, vicepresidenta del Gobierno al que le hacen el desplante.
Hemos entrado en otra dimensión, un universo alternativo surrealista. Otra prueba: lo sucedido al obispo de Solsona, avezado independentista, que cuelga el hábito. Se ha enamorado, los prelados no son inmunes a la pasión. Lo único, se hace raro que justamente se haya enamorado de una escritora de literatura erótica y satánica. Tampoco habrá tantas escritoras de tales especialidades y parece que vivirán en las antípodas del obispo.
O sea: el amor vence cualquier distancia y el Señor escribe derecho con renglones torcidos. O el diablo, pues los superiores del exobispo se malician que haya sido poseído por algún demonio –¿eso explicaría sus furores independentistas?–. Lamentablemente, el hombre se niega al exorcismo, quizás convencido por la satanista.
Nos toca vivir en el surrealismo. Sería más llevadero si se generalizase el bonus ético.
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