No os debe –no nos debe– sonar a falso: «La realidad supera a la ficción». Sobre todo si mantenemos que «toda ficción tiene un fundamento ... en la verdad y, por lo tanto, la realidad es de hecho más extraña que la ficción» («Por qué la realidad supera a la ficción», Google.es).
Al respecto, mi asombro –indignación–, sobre lo que intento reflexionar, ha tenido más que ver con la persona y su juramentada misión que con el daño que sus palabras hayan podido causar en el alma de mi informador –bien formada y sustentada en creencias y virtudes para mi incuestionables–.
Intentaré explicarme... Fue –según me ratifican– en la celebración de la Asunción de Nuestra Señora en una de las parroquias que pueblan esta tierra nuestra, tras la misa y antes de celebrar la procesión de la imagen patronal.
Sorprendido porque en la homilía el sacerdote oficiante no dedicara una sola línea a la tradición y doctrina de la iglesia católica, mi confidente se dirigió a él en pregunta de la razón que le asistía. El personaje, con su respuesta y el tono de la misma, no admitió seguir más allá, simplemente espetó: «No creo en el dogma de la Inmaculada ni en la Asunción».
Pues bien, siendo así, entiendo que podríamos preguntarnos ¿si el susodicho es el responsable de una comunidad de fieles? ¿Si es el pastor de la grey? ¿Si es el que ha de orientar nuestra vida terrenal? En fin, ¿si está en condiciones de ejercer la labor para la que fue consagrado?
No es que le niegue la 'virtud de la duda'; todo lo contrario; mantengo, con Juan de Mairena (Antonio Machado) aquello de «Aprende a dudar, hijo, y acabarás dudando de tu propia duda; de este modo premia Dios al escéptico y confunde al creyente».
Espero que esto sea lo que le ha pasado al antedicho cura, pues si no fuese de este modo y su incongruencia se extendiese, no me quedaría más remedio que solicitar con toda vehemencia que «parasen el autobús, pues yo me bajo aquí».
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