Azuzar
Es tal la riqueza de nuestro idioma que, aunque no lo creáis, un verbo puede –al menos para mí– explicar la crispación social que soportamos.
En un clima marcado por el enfrentamiento y la desconfianza, una voz clásica reaparece con fuerza en el debate: 'azuzar'. El término, que originalmente describía la acción de «incitar a los perros para que embistan» (RAE) –amén de 'irritar, estimular' (RAE)– se ha convertido, desgraciadamente, en una herramienta útil para analizar cómo se multiplican los episodios de tensión en la vida cotidiana, la política y las redes.
Hoy, sirve más que nunca para señalar a quienes alimentan el conflicto en un momento en que las posiciones tienden a endurecerse y las emociones dominan la conversación. Algunos –demasiados– no sólo tratan de expresar una opinión firme, sino de activar el malestar, amplificar los agravios y empujar a los demás a reaccionar desde la indignación, con comentarios incendiarios, titulares exagerados o publicaciones virales, que, indudablemente, agravan la discusión –que, de atrás, ya venía cargada y bien cargada.
En un entorno digital donde la agitación genera más clics que la mesura, el 'azuzamiento' se ha trocado en una estrategia rentable. El coste social, sin embargo, es evidente: mayor polarización, menos espacio para el matiz y una creciente sensación de que la convivencia se juega al filo de la bronca permanente.
El auge de este 'empleo' refleja una percepción extendida: la crispación no solo surge de las diferencias reales, sino también de quienes ven en el conflicto una oportunidad de influencia. Identificar estas prácticas, y reconocer cuándo participamos en ellas sin pretenderlo, resulta clave para rebajar la tensión y recuperar un debate público más sano.
'Azuzar' es, en definitiva, un verbo que retrata un fenómeno contemporáneo con precisión quirúrgica. Y, al mismo tiempo, una alerta sobre el tipo de 'conversación para la convivencia' que estamos construyendo.
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