Ayuntamiento

En un momento determinado, uno de los interlocutores, ante la sorpresa generalizada –incluso pasmo y desconcierto–, transgredió el inicial fin de la conversación al proponer el análisis de lo que, para muchos de nosotros, es una realidad incuestionable («las actuaciones de los ayuntamientos de nuestras respectivas ciudades») citando un texto del buscador por excelencia («¿Qué significa la palabra ayuntarse en la Biblia?», Google.es): La palabra ayuntar tiene el significado de «juntar, añadir, tener sexo» y viene de a- (hacia) + yunta + -ar (terminación usada para formar verbos). Yunta viene del latín iunctus = «junto».

No os extrañe que, a partir de aquí, la tertulia se convirtiera en un chorreo de «quítame allá esas pajas», para, cada cual, arrimar «el ascua a su sardina»... Eso sí, todos coincidiendo en las diferencias entre lo prometido –antes de la formación de los actuales consistorios– y lo realmente alcanzado por los sufridores ciudadanos de a pie.

Pienso, como resumen de lo hablado –y si se me permite, como «aviso a navegantes»– , que no se trata de «hacer el ridículo» –que todos, y alguna vez, podemos caer en ello–, más bien evitar por todos los medios a nuestro alcance «ser ridículos».

Y esta afirmación no es, os lo aseguro, una idea peregrina que ronda mi cabeza, ya que cada día me doy cuenta de lo efímeros y torpes que son los mensajes que se esconden en los discursos con los que nos intentan subyugar: quiero –y exijo– algo más que bonitas palabras sometidas a los hados de turno («normas generales», «informes interesados», «opiniones sesgadas»...). En jerga granadina, os invito (y me invito) a ser «espercojaos», que tengamos un aspecto lustroso y de buen ver en nuestras almas y, por tanto, en nuestras acciones.