«Querer contener la democracia sería como luchar contra el mismo Dios» (Alexis de Tocqueville, 'La democracia en América')
El sobrecogedor asalto al Capitolio de ... Washington ha escenificado una psicopatología político-social que por desgracia no tiene un carácter excepcional y preside nuestra época. Cinco personas fallecieron en esa trágica peripecia por hacer suyas ciertas patrañas, al igual que algunos pudieron acatar una recomendación tan peregrina como la de beber lejía para combatir el virus chino y otros no se ponen la mascarilla para evitar los contagios por considerarlo un atentado contra su libertad.
En la escena política mundial proliferan los aprendices de brujo que, como el Mickey Mouse de la película 'Fantasía', lanzan sortilegios cuyas nefastas consecuencias no saben controlar. La balada goethiana titulada 'El aprendiz de brujo', que inspiró a Paul Dukakis la composición musical homónima popularizada por Walt Disney, se basa en una fábula moral escrita por Luciano de Samosata cuyo título es 'Philoseudés'. Nada define mejor a estos nuevos aprendices de brujo que ser seudofilos; es decir, amigos de las mentiras y la falsedad.
Donald Trump nos deja un legado político caracterizado por los bulos y las patrañas. Aunque no tenga datos que lo avalen, seguirá repitiendo hasta la saciedad que le han robado las elecciones porque no puede soportar ser un perdedor y homologarse así con todo cuanto desprecia desde su óptica supremacista en relación con las razas, los movimientos migratorios o la cuestión de género entre tantas otras modalidades. No puede admitir que sus compatriotas le hayan podido despedir al expresar su voluntad, como si él mismo fuera un candidato de su programa televisivo 'El aprendiz' o uno de los muchos cargos que ha destituido durante su administración por no rendirle pleitesía.
Aunque sea un caso interesante para comprender hasta dónde puede llegar el fenómeno sociológico y político que representa, tampoco debemos dejarnos distraer por este pintoresco personaje. Nos hallamos ante un problema de gran calado por sus dimensiones y su propagación. Freud escribió su 'Psicopatología de la vida cotidiana' para hacernos reparar en los actos fallidos o lapsus que revelan deseos inconscientes reprimidos. Sería interesante abordar el mecanismo inverso de implantarnos voliciones ajenas mediante perversas políticas paternalistas que pretenden manipularnos merced a una servidumbre voluntaria muy propiciada por las nuevas tecnologías.
Cuando Max Weber dictó en 1919 su célebre conferencia sobre 'La política como vocación' profesional no pudo imaginar a ciertos líderes políticos que vendrían después y siguen proliferando porque no sabemos atender a las lecciones de la historia. Siempre ha habido gente sin escrúpulos, taumaturgos bien dispuestos a embaucarnos. La novedad estriba en su descomunal influencia. Los asesores de Hitler supieron instrumentalizar la radio para llegar a las masas y luego muchos utilizaron la televisión, pero las nuevas redes de comunicación permiten tener una influencia mucho mayor con unos cuantos caracteres publicados en Twitter.
Bloquear estas ventanillas virtuales de acceso a sus fans ha sido la mejor profilaxis posible para detener su funesta influencia. La Constitución estadounidense precisa incorporar una nueva cláusula que sirva de profilaxis a tales excesos, al margen de que se acabe aplicando la vigésimo-quinta enmienda para destituir a un presidente de cuya salud mental siempre ha cabido dudar. No había que ser un experto grafólogo para deducir su desbordante narcisismo al ver las firmas de sus decretos, mostradas de un modo que también resultaba muy revelador.
La pandemia está socavando la salud mental de todos y esto es algo que deberíamos tomar en consideración. Pero no cabe consentir que un 'influencer' como Trump logre inocular sus delirios psicóticos a millones de personas, haciéndoles colonizar una realidad paralela inexistente salvo para los lelos fascinados por esos nuevos aprendices de brujo.
Deslegitimación e infantilización son dos de las claves que caracterizan al 'trumpismo' y a sus movimientos homólogos. Las reglas de juego sólo se respetan cuando se gana, pero se cuestionan al perder porque sencillamente no se contempla esta hipótesis. Estos líderes tratan a sus fans como si fueran menores que precisan tutela. Y lo malo es que quienes les aclaman asumen ese paternalismo, para obviar que se les ha robado su futuro, al precarizar sus condiciones vitales tras abolir el Estado de bienestar y escamotearles un patrimonio cultural suplantado por las falsas realidades alternativas.
Las instituciones parecen haber funcionado pese a tener semejante timonel, pero costará mucho desactivar una polarización social tan radicalizada. Debería impedirse que Trump se conceda un indulto a sí mismo, directamente o por persona interpuesta, pues le corresponde rendir cuentas por los ciclópeos desmanes cometidos en el desempeño de su alta magistratura y nadie debe ser inmune ante la ley. Resulta curioso imaginar cómo revisaría Tocqueville ahora su libro sobre 'La democracia en América'.
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